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Thomas Sowell

El escándalo de los escándalos

La derecha, para los medios, no es "inocente hasta que se demuestre lo contrario", sino que, como la mujer del César, también debe aparentar ser siempre honesta.

Ahora que ABC News tiene la lista de números de teléfono que le entrego la "Madame de Washington", la pregunta es: ¿qué nombres publicitarán si encuentran números de figuras públicas en el listado? Supongamos, sólo por argumentar, que entre ellos estuvieran Karl Rove y Ted Kennedy. ¿Tienen esos dos nombres las mismas posibilidades de ser revelados? Y si se diera a conocer sólo uno de ellos, ¿hay alguna duda seria sobre cuál sería el elegido por los medios de comunicaciones progres?

Ese es el problema con los escándalos de Washington. De hecho, la misma definición de "escándalo" que hacen los medios puede cambiar radicalmente dependiendo de quien sea el protagonista del mismo. Eso es un escándalo mucho mayor que cualquier cosa a la que los medios puedan poner ese nombre.

Antes de salir a la luz el asunto de la Madame de Washington, el gran escándalo en la ciudad era el despido por parte de la administración Bush de ocho fiscales federales. Pero no se desató ningún escándalo en los medios cuando Bill Clinton despidió a todos los fiscales de los Estados Unidos. Todo el mundo sabía entonces, por más que parezca haberse olvidado ahora, que todos los fiscales federales trabajan para el presidente, que los puede despedir en cualquier momento, por cualquier motivo.

En el caso de Bill Clinton, los fiscales federales destinados en Arkansas habían estado investigando la corrupción de su administración como gobernador antes de llegar a presidente. Despedirlos a todos encubrió el pequeño detalle de que se estaba deshaciendo también de los que lo estaban investigando. Pero no hubo ningún escándalo en los medios al respecto.

Sí que llegó a esa categoría el que Newt Gingrich recibiera un gran anticipo de un editor mientras era presidente de la Cámara. Pero no hubo ningún problema cuando cada uno de los Clinton recibió por separado anticipos mayores de sus editores.

La derecha, para los medios, no es "inocente hasta que se demuestre lo contrario", sino que, como la mujer del César, también debe aparentar ser siempre honesta. Cuando el senador demócrata Harry Reid recibió un millón de dólares procedentes de un cuestionable acuerdo inmobiliario relacionado con propiedades de las que ya no era dueño, pero cuyo propietario había recibido trato de favor por parte del Gobierno, aparentemente eso ni siquiera aparentaba deshonestidad alguna.

Hemos contemplado mucha indignación por el hecho de que el Gobierno, bajo la Patriot Act, puede averiguar qué libros ha sacado usted de la biblioteca pública, lo que se considera una escandalosa invasión de la privacidad. Pero no encontraron escandaloso que centenares de archivos confidenciales del FBI sobre políticos republicanos fueran entregados a la Casa Blanca en la era Clinton, violando la ley. Solamente fue un error sin mala intención, dijeron los Clinton, y los medios se lo tragaron.

Uno de los motivos por los que los archivos del FBI sobre particulares son confidenciales es que cualquiera puede acusar sin pruebas ni fundamento alguno a cualquiera al FBI. Podrían acusarle a usted de forma anónima de ser cualquier cosa, desde un chorizo de poca monta hasta un pedófilo. ¿Puede imaginarse lo valioso que puede resultarle a un político disponer de cientos de archivos con este tipo de acusaciones contra sus enemigos? Tan sólo con que se sepa que dispones de semejante dinamita política entre tus manos podría causar un completo pánico entre tus rivales y corromper todo el proceso político. Quién sabe si la votación de su destituciónen el Senado pudiera haberse decantado en otro sentido si los senadores no hubieran tenido que preocuparse de que Clinton podía arrastrarlos en su caída si lo expulsaban del cargo.

En cuanto a que el FBI sepa si usted ha sacado un libro de cocina o una novela erótica de su biblioteca local, ¿alguien se cree de verdad que dispone del tiempo, los recursos humanos y la motivación para examinar los hábitos de lectura de 300 millones de norteamericanos, cuando casi ni consigue mantenerse al nivel adecuado para combatir a los terroristas?

Fue un escándalo cuando Don Imus hizo un típico comentario de mal gusto sobre las jugadoras negras de un equipo de baloncesto femenino. Pero cuando supuestos líderes negros como Al Sharpton o Jesse Jackson hacen comentarios racistas, no hay problema. Sin embargo, ¿quién tiene más influencia –en su mayor parte mala– sobre las relaciones raciales en este país? El enfado con Imus por parte de los mismos medios que les dan carta blanca a Sharpton y Jackson es ya algo excesivo. Pero no es un escándalo, puesto que son los medios quienes determinan qué lo es y qué no lo es.

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