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Thomas Sowell

¿Nosotros o Ellos?

El compromiso y la tolerancia no son el sello distintivo de los verdaderos creyentes. Lo que creen constituye el meollo de lo que son. Por lo que a los verdaderos creyentes se refiere o bien eres uno de Nosotros o uno de Ellos

Un lector me envió un correo electrónico no hace mucho acerca de una mujer que había conocido y de la que se había enamorado. Parece que la atracción fue mutua... hasta el aciago día que salió el tema del medioambiente.
 
Ella se oponía rotundamente a que haya perforaciones petrolíferas en Alaska por el daño que le haría al medioambiente, según decía ella.
 
Él argumentaba que ya que de todas maneras había que perforar en algún sitio del mundo para sacar el petróleo, ¿no era mejor hacerlo en un lugar donde las leyes medioambientales suministran por lo menos algún tipo de garantía en lugar de hacerlo en países donde no hay ninguna?
 
Eso marcó el fin de una bella relación.
 
Los verdaderos creyentes del medioambiente no piensan en términos de intercambio o análisis de coste-beneficio. Hay cosas que son sagradas para ellos. Tratar de conseguir un compromiso en esos temas es como tratar de convencer a un musulmán para que coma cerdo, aún si sólo fuese dos veces por semana.
 
El compromiso y la tolerancia no son el sello distintivo de los verdaderos creyentes. Lo que creen constituye el meollo de lo que son. Por lo que a los verdaderos creyentes se refiere o bien eres uno de Nosotros o uno de Ellos.
 
El hombre parece haber creído que era sólo cuestión acerca de qué política produciría qué resultados. Pero muchos temas que por encima parecen ser sólo acerca de qué alternativa sirve mejor al público en general son en realidad asuntos de ser uno de Nosotros o uno de Ellos; esta mujer no se iba a convertir en uno de Ellos.
 
Muchas cruzadas de la izquierda política han sido mal entendidas por gente que no entiende que en estas cruzadas de lo que se trata es de establecer la identidad y la superioridad de los cruzados.
 
T.S. Eliot entendió esto hace ya más de medio siglo cuando escribió: “La mitad del daño que se hace en este mundo es debido a gente que se quiere sentir importante. No tienen intención de hacer daño, pero el daño no les interesa. O es que no lo ven o lo justifican porque están absortos en su lucha interminable de pensar bien sobre sí mismos”.
 
En este caso, el hombre pensó que estaba pidiéndole a la mujer que aceptase una determinada política como el menor de los males, cuando en realidad lo que le estaba pidiendo es que abandonase la sensación de ser una de las moralmente elegidas.
 
Esto no es algo único de nuestros tiempos o de los ecologistas. Allá por los años 30, los años camino de la Segunda Guerra Mundial, una de las indulgencias más de moda de la izquierda en Gran Bretaña era sostener que los británicos deberían desarmarse “para dar un ejemplo a los demás” y así servir a los intereses de la paz.
 
Cuando el economista Roy Harrod le preguntó una de sus amigas si ella pensaba que una Gran Bretaña desarmada podría lograr que Hitler se desarmara, su respuesta fue: “Oh, Roy, ¿has perdido todo tu idealismo?”
 
En otras palabras, no era en realidad acerca de qué política produciría qué resultados. Era sobre la identificación personal con magnánimos objetivos y almas gemelas.
 
El supuesto objetivo de paz era pura fachada. Ultimadamente no era cuestión de si armar o desarmar a Gran Bretaña era más prometedor para disuadir a Hitler. Era cuestión de qué política establecería mejor la superioridad moral de los elegidos y fortalecería el sentirse identificados los unos con los otros.
 
Los movimientos de “Paz” no son juzgados con el test empírico de cuán a menudo logran producir paz verdaderamente o cuán a menudo su desarme tienta a un agresor a entrar en la guerra. No es una cuestión empírica. Es un artículo de fe y una placa de identidad.
 
A Yasser Arafat le concedieron el Nobel de la Paz, no por producir paz realmente sino por ser parte del llamado “proceso de paz” basado en nociones de moda que eran los lazos comunes entre miembros de lo que se conoce como “movimientos de paz”.
 
Y mientras tanto nadie sugiere un Nobel de la Paz para Ronald Reagan justamente porque él acabó con los peligros nucleares de décadas de guerra fría. Él lo hizo de la manera opuesta a la que muchos miembros de los “movimientos de paz” pensaban que tenía que haberlo hecho.
 
Reagan incrementó el ejército y entró en una “carrera armamentística” que sabía llevaría a la quiebra a la Unión Soviética si no daba marcha atrás, a pesar que las carreras armamentísticas son anatema para los miembros de los “movimientos de paz”. El hecho que los acontecimientos demostraran que él tenía razón no era excusa según los miembros de los “movimientos de paz”. En lo que respecta a ellos, Reagan no era uno de Nosotros. Era uno de Ellos.
 
©2005 Creators Syndicate, Inc.
* Traducido por Miryam Lindberg

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