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Thomas Sowell

Persecuciones a todo gas

No tenemos ninguna manera de saber si los temerarios conductores que huyen a toda velocidad la reducirían si los agentes no les siguieran cuando intentan huir. Las personas que murieran en ese caso estarían igual de muertas.

Las persecuciones de la policía a coches que van a toda velocidad por autopistas o incluso zonas residenciales han pasado a ser un clásico de los telediarios. Alrededor de 500 personas murieron el año pasado en ellas. Casi la mitad de las víctimas eran inocentes que no participaban en la persecución.

La policía se ve obligada a tomar la difícil decisión de perseguir a un conductor que huye a toda velocidad o dejarlo ir. En cualquiera de los dos casos, el resultado puede ser la muerte de personas inocentes. Pero hay demasiada gente en los medios de comunicación que no quiere enfrentarse a ninguna elección complicada. Siempre que algún conductor o transeúnte inocente muere como consecuencia de una persecución está garantizado que aparecerán columnas en los periódicos afirmando que eso no habría sucedido si la policía hubiese dejado al conductor prófugo seguir su camino sin perseguirle.

No tenemos ninguna manera de saber si los temerarios conductores que huyen a toda velocidad la reducirían si los agentes no les siguieran cuando intentan huir. Las personas que murieran en ese caso estarían igual de muertas que los inocentes que fallecen como resultado de una persecución. Además, desde el mismo momento en que se sepa que existe una política de dejar que los fugitivos que conducen a gran velocidad escapen, está casi garantizado que serán más quienes pisen el acelerador a fondo para no ser arrestados, ya sea por haber cometido infracciones de tráfico o por delitos más serios. Las decisiones de las que dependen vidas ajenas rara vez son tan fáciles de tomar como les parece a quienes escriben en la seguridad y el confort de una redacción de periódico.

Nada es más fácil que cebarse con la policía. Hay periodistas y políticos que lo hacen con regularidad y activistas civiles que hacen de ello su oficio. Pero la policía es la última línea de defensa para la población que respeta la ley.

La santidad no es una característica universal entre las fuerzas del orden, no en mayor medida que en cualquier otra profesión. Pero los abusos policiales requieren que se castigue a quienes los cometen; no son una carta blanca para condenar a todos los policías en general o para promulgar leyes que les aten de manos al tratar con los delincuentes.

Un hombre en Ohio fue disparado y abatido recientemente por un policía al que intentó atropellar con el coche que había robado. Ese conductor huyó de la fuerzas del orden a todo gas y, cuando fue finalmente acorralado, embistió contra uno de los coches de la policía e intentó atropellar a un agente. Un pasajero que viajaba en el coche que huía dijo que los disparos no estaban justificados. "Un coche no vale una vida". Tenía un largo historial de antecedentes, al igual que el conductor, pero sin duda hay quien le tomará en serio.

La cuestión no es si el delito por el que el conductor estaba siendo perseguido merece la pena de muerte. Es decisión del conductor poner o no su vida en peligro y arriesgar las vidas de los demás.

No hay duda de que hay mucho más que decir sobre cómo poner fin con rapidez a las persecuciones, sobre todo antes de que el conductor temerario abandone la autopista y siga circulando a gran velocidad a través de las calles de la ciudad, poniendo en peligro tanto a automovilistas como a peatones. Pero la única manera que parecen ser capaces de concebir muchos columnistas para poner fin a las persecuciones lo antes posible es permitir que los conductores sin escrúpulos salgan impunes.

Algunas de estas persecuciones a gran velocidad en una autopista podrían terminar antes de que llegaran a una zona poblada si la policía tuviera más libertad a la hora de emplear la fuerza en lugar de estar constreñidas por regulaciones restrictivas. No estamos hablando de emplear la fuerza contra alguien que acaba de superar por un despiste el límite de velocidad. Hablamos de personas que rechazan aparcar en el arcén para ser multados y aceleran para intentar dejar atrás a la policía, con total indiferencia a los riesgos a los que somete a terceras personas con ello.

Cuando hay un helicóptero de la policía sobrevolando, un disparo directo desde arriba tendría pocas probabilidades de alcanzar a un transeúnte inocente. Puede que el conductor esté sólo dando una vuelta en un coche robado, pero eso no hace su imprudencia menos peligrosa para los demás. Por otro lado, esto no tendría que suceder más de unas pocas veces antes de que obligar a la policía a perseguirte pierda gran parte de su atractivo. Parte de los centenares de vidas inocentes que se pierden cada año como resultado de las persecuciones podrían salvarse.

También es posible que si los tribunales impusieran unas cuantas penas de cárcel elevadas a personas que hayan huido de la policía en coche a todo gas, eso pudiera disuadir a otros de hacerlo en el futuro. Pero de una manera u otra habrá que detenerlos.

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