Menú
Thomas Sowell

Quien paga, ahorra

Construir un puente conlleva el agotamiento de recursos que se podrían haber empleado para hacer viviendas o un hospital. Ir a la universidad supone grandes cantidades de recursos que podrían haber sido gastados en otro tipo de cosas.

Este titular de portada del New York Times capta buena parte de la confusión en materia de economía de nuestro tiempo: "Menos posibilidades para pagar la matrícula universitaria". El artículo entero versa sobre el incremento en el coste de los estudios universitarios, las dificultades que los padres tienen para afrontarlo y los apuros que tanto padres como estudiantes experimentan a la hora de pedir prestado el dinero que necesitan cuando sus ingresos son menores que el precio de la matrícula.

Todo esto viene la mar de bien para una crónica de "interés humano". Pero diseñar políticas económicas sobre la base de estas historias, que es lo que los políticos hacen cada vez con mayor frecuencia, especialmente en año electoral, tiene una enorme desventaja para quienes tienen la mala pata de no entrar en las categorías elegidas para la redacción de estos relatos de interés humano.

La idea central de las historias de interés humano sobre personas con problemas económicos, sean estudiantes universitarios o gente que se enfrenta a ejecuciones hipotecarias, es que el Estado tiene que salir en su rescate porque se supone que tiene mucho dinero, y estos individuos muy poco. Sin embargo, como la mayoría de los "grandes bolsillos", los del Estado provienen de un enorme número de personas con bolsillos mucho menores. En muchos casos, los ingresos del contribuyente medio están por debajo de los de esas personas sobre las cuales el Estado prodiga sus favores financieros.

Los costes no son sólo cosas que el Estado deba ayudar a la gente a pagar. Los costes siempre nos dicen algo que resulta peligroso ignorar. El hecho fundamental de la vida económica (capitalista, socialista o feudal) es que los recursos no bastan para producir todo lo que deseamos. Esto significa que el coste real de cualquier cosa es el de todas las demás que se podrían haber producido usando los mismos recursos. Construir un puente conlleva el agotamiento de recursos que se podrían haber empleado para hacer viviendas o un hospital. Ir a la universidad supone grandes cantidades de recursos que podrían haber sido gastados en otro tipo de cosas.

Los precios obligan a la gente a ahorrar. Los precios subvencionados nos permiten sustraer recursos de otros usos sin tener que sopesar el coste real de hacerlo. En ausencia de precios de mercado que informen sobre los costes reales de los recursos que se niegan a otros usos alternativos, tenderemos a malgastarlos. Esa fue la principal razón de que las industrias soviéticas usaran más electricidad que las norteamericanas para una producción menor. Por este motivo consumían más acero y cemento que Japón y Alemania aunque su producción de artículos hechos de estos materiales fuera menor. Cuando se paga el coste completo de algo, es decir, el valor total de sus recursos para usos alternativos, se tiende a economizar. Si pagas menos, a derrochar.

Que alguien vaya a la universidad, el tipo de universidad a la que asista o continuar en ella para hacer cursos de postgrado son todas ellas decisiones que hay que tomar sobre la cantidad de recursos que otra gente desea, y que le son sustraídos para ser usados por otras personas sobre las que de forma arbitraria centramos nuestras crónicas de interés humano.

Esto no es desnudar a un santo para vestir a otro. El nivel de vida de la sociedad entera disminuye cuando los recursos son desplazados de usos altamente valorados a otros que lo son menos, para ser además malgastados por personas subvencionadas o a las que de alguna forma se les permite pagar por debajo del coste real.

El hecho de que el sistema económico soviético permitiera a sus industrias derrochar recursos conllevó el pago de un precio no en dinero, sino en un nivel de vida menor de lo que la tecnología y los recursos disponibles eran capaces de generar. La Unión Soviética era uno de los países mejor provistos de recursos naturales, si no el mejor de todos. Aún así, muchas personas allí vivían casi como si estuvieran en el Tercer Mundo.

¿Cuántas personas acudirían a la universidad si tuvieran que pagar el coste real de todos los recursos sustraídos a otros sectores de la economía? Probablemente muchas menos. Además, si la tuvieran que pagar de su propio bolsillo seguramente habría menos gente gastando dinero en cursos que les hacen sentir bien como las que incluyen sesiones de música rap, en lugar de matricularse en asignaturas serias. También habría menos gente pululando por el campus en busca de una vida social o refugiándose de las responsabilidades adultas del mundo real.

En Libre Mercado

    0
    comentarios