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Tomás Cuesta

El patriotismo cínico y el canallita a todo trapo

El patriotismo con el que se apuntala hogaño esa puesta en escena del candidato Sánchez, es un patriotismo romo, falaz y vergonzante.

El patriotismo con el que se apuntala hogaño esa puesta en escena del candidato Sánchez, es un patriotismo romo, falaz y vergonzante.
Pedro Sánchez y su mujer frente a la bandera de España | EFE

La primera invectiva que se le viene a uno al teclado luego de ver al candidato Pedro Sánchez reivindicando una bandera que, hasta ayer, ignoraba, es aquella con la que el inefable Samuel Johnson calentó las orejas a sus contemporáneos. Una sentencia que nos resulta tan certera, tan luminosa y tan exacta que se puede esgrimir al cabo de los siglos con el mismo rigor que recién formulada. "El patriotismo -aseguraba el buen doctor, célebre por su ingenio y por la acidez de su carácter- es la última trinchera en la que se refugian los canallas". ¿Acordamos, por tanto, que al convertir el circo Price en el sancta sanctorum de la españolidad cromática, el candidato Pedro Sánchez se comportó como un canalla?

Pues algo de eso hay, qué duda cabe. Pero, a decir verdad, lo chirriante en este caso no era únicamente que a un canallita oportunista se le ocurriese a la carrera una grotesca canallada. Lo peor, lo más cutre, lo que bastardeaba el espectáculo fue ese discurso insulso, desfibrado e inane que despachó el líder del PSOE para justificar que, de improviso, haya salido del armario. Y es que la epifanía en rojo y gualda del candidato Sánchez ha sido, a fin de cuentas, un "outing" patriótico, una patada (o pataleta) en la poterna de nuestro imaginario. Ahí se agolpan los pecios de la memoria transitiva y por desgracia, ¡ay!, demasiado lejana. Los tirantes de Fraga, la imagen de Carrillo posando a contrapelo con la enseña de Franco… E incluso (aprovechando que, hoy por hoy, no se condena a nadie por deslizar chistes infames) podría aparecer, para equipar al oficiante, un slip setentero de marca "Abanderado".

La cosa es que el domingo, el candidato Sánchez, sepultó en el olvido los logros del pasado y se tomó el presente a beneficio de inventario. Aun así, habló de España; o sea, de su España. De una patria mutante que se estira o se encoge a voluntad del usuario y que ni obliga ni define, ni ciñe ni traspasa. ¿Federal? Por supuesto. ¿Y Exprés? Por descontado. Faltaba, sin embargo, la guinda del pastel, el volatín retórico, el requiebro funámbulo, el más difícil todavía del charlatán de parvulario. Y hete aquí, ¡hale hop!, el patriotismo cívico, la palanca de cambio con la que el candidato Sánchez pretende ganar la "pole" del Gran Premio de España.

El patriotismo cívico es un brebaje de recuelo (o una vulgar secuela, lo que mejor les cuadre) de otro patriotismo, el constitucional, que puso en circulación el compañero Jürgen Habermas con el objeto de ayudar a que la sociedad alemana se asomase al espejo después del Holocausto. Un concepto, por cierto, que el ministro Piqué se obstinó en cultivar en estos sombríos páramos sin conseguir siquiera que el palco del Camp Nou le declarara no culpable de españolismo y lesa caspa.

Total, a lo que vamos: si el constitucional de antaño era un ardid teórico, una pulcra y solemne coartada, el cívico con el que se apuntala hogaño esa puesta en escena del candidato Sánchez, es un patriotismo romo, falaz y vergonzante. Resumiendo, un alarde de patriotismo cínico, el último refugio de un canallita a todo trapo.

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