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Víctor Cheretski

¿Adónde va Rusia?

Este misterioso interrogante siempre ha preocupado a los mejores pensadores de aquel lejano país. No lo pudieron contestar escritores como Iván Turguénev, quien intentaba unir la tradición rusa con el liberalismo europeo, o Lev Tolstoi, con su filosofía de una Rusia profunda y tradicional. Fiódor Dostoyevski, quien sufría y hacía sufrir a sus personajes en San Petersburgo, lluvioso y decadente, tampoco pudo responder adónde iba su país.

Lo que fue imposible para los genios del pasado, lo ha hecho estos días, sin vacilar, el presidente de la Duma (cámara baja del parlamento ruso), Guennadi Selezniov. “Rusia va hacia el socialismo”, ha declarado con toda certeza este político que es también miembro de la dirección del Partido Comunista. Lo hizo en el primer congreso del movimiento que ha sido bautizado con el nombre de “Rusia”. Representa una especie de amplio frente popular de los nostálgicos del “socialismo real” de la época soviética.

El programa de “Rusia”, expuesto por Selezniov, pide la nacionalización de las empresas privadas, aunque, por el momento, sólo de las “ineficaces”. En la lista de peticiones figura también el control del Estado sobre la industria militar, el transporte, telecomunicaciones, la producción de energía eléctrica, gas y petróleo, el sector agrario, las bebidas alcohólicas, etc. Este programa coincide en todos los puntos con el del Partido Comunista.

La creación de “Rusia” no pasó desapercibida para el inquilino del Kremlin. Mandó a los participantes del congreso un mensaje de felicitación y deseos de éxitos en “su importante labor para defender a los trabajadores”. No es de extrañar. Y es que el programa del movimiento, al parecer, coincide también con el del presidente.

“Rusia”, en estas circunstancias, aparece como uno de los pilares del poder. Y es que toda la llamada “izquierda patriótica”, desde la nacionalista hasta la comunista, apoya, hoy en día, a Putin, aunque a veces le critica por ser demasiado lento y prudente en desmontar la herencia liberal de los tiempos del presidente Yeltsin.

En este sentido es muy significativo el editorial publicado por el periódico de la izquierda nacionalista radical “Zavtra” (mañana). “El poder ha cambiado, asegura el rotativo eufórico. Retiene la respiración al ver la bandera roja y al oír el himno soviético. Reprime a los oligarcas, mientras que a los llamados demócratas ni se les ve, ni se les nota; prácticamente han desaparecido del mapa político. Los caciques locales ya no piensan en separatismos y acorralados buscan donde enterraron sus carnets del partido (comunista). En las elecciones a gobernadores ganan los comunistas y los antiguos CheKistas (denominación respetuosa de los miembros del KGB). Putin viaja a India, China, Corea del Norte y a Cuba. Bielorrusia desea una unión con Rusia como en los tiempos soviéticos. ¡Es la primavera que llega de nuevo tras el largo invierno yeltsinista!”, termina el periódico.

Por nuestra parte, podemos añadir unos rasgos que no están mencionados ni en el programa de “Rusia” ni en el artículo de “Zavtra”. Entre los “logros” de Putin en el camino de regreso hacia el socialismo, ya podemos mencionar el amordazamiento de la prensa, la enorme concentración de poder, el militarismo y la brutalidad policial, especialmente en Chechenia. Se trata de un regreso, paso a paso, a un régimen totalitario, que controla desde el comercio hasta la vida íntima de todos y de cada uno. Y no importa tanto lo que está escrito en la tapadera: “socialismo” o “dictadura de la ley”, como denomina, por el momento, su proyecto político el prudente Putin, buen alumno de la escuela KGBista.

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