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Víctor Cheretski

Colaborar para vencer

Sea como sea el régimen político de Rusia, tiene un cierto sentido histórico al colocarse a la hora de la verdad al lado de los “buenos”. Así fue durante las guerras napoleónicas y las dos Guerras Mundiales. La presencia rusa siempre aseguraba la victoria en la lucha contra el enemigo común.

Estos días trágicos, en Rusia nadie canta, ni baila de alegría, como pasa en Oriente Medio. Su presidente, conmovido por la catástrofe, tendió su mano a Occidente. Es sincero en su deseo de ayudar a combatir el mal. No conoce el rencor y no reprocha a Europa, ni a Estados Unidos, los ataques verbales por su operación antiterrorista en Chechenia.

Es de recordar que Rusia, a pesar de una profundísima crisis en la que fue hundida en la época de los 90, ha podido movilizarse y destruir al poderoso ejército terrorista checheno. Ben Laden y el mundo integrista islámico donaron a este ejército miles de millones de dólares y las armas más sofisticadas. Asimismo mandó para reforzarlo a miles de fanáticos asesinos árabes, afganos y paquistaníes. Esta fuerza fue machacada y dispersada en las montañas chechenas.

Al mismo tiempo, la 301 división motorizada rusa está haciendo fracasar cualquier intento de Ben Laden de implantar un régimen integrista en Tayikistán, una república ex-soviética del Asia Central. El interés del terrorista número uno por esta zona se explica por sus minas de uranio.

Las fuerzas rusas de élite, en unas brillantes operaciones antiterroristas, han demostrado últimamente que son unas de los mejores del mundo. Han conseguido liberar a decenas de rehenes, sanos y salvos, de las manos de secuestradores chechenos. Sus compañeros, los guardias urbanos, han podido evitar decenas de actos terroristas en las ciudades rusas.

La propuesta de Rusia es seria. Moscú tiene bastante experiencia en la lucha antiterrorista y se la ofrece a Occidente. Y sería absurdo despreciar esta oferta. Europa tiene que apretar la mano tendida, sin prejuicios ni complejos, recordando que en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial, para salvar la humanidad, las democracias occidentales se sentaron juntas a la mesa hasta con Iosif Stalin.

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