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Víctor Cheretski

Controlar el "torrente informativo"

Hay dos maneras de mejorar la imagen de un país tercermundista a los ojos de sus propios ciudadanos. La primera es desarrollar la democracia y elevar el nivel de vida del pueblo. La segunda es poner un bozal a la prensa más o menos libre. Esta última vía es menos costosa y más rápida. Quizá por eso el poder en Rusia se inclina cada día más hacia esta solución del problema de su imagen. La última iniciativa en este sentido ha sido imponer un control estatal al “torrente informativo”, o sea, resucitar la censura bolchevique.

Es curioso que esta iniciativa poco democrática no pertenezca a ningún carcelero de los sótanos de Lubianka, tristemente célebre guarida del KGB. La sacó a la luz del día un personaje que teóricamente debe cuidar de la democracia – el presidente del Consejo de la Federación, cámara alta del parlamento, Serguei Mirónov–. En una rueda de prensa, celebrada en la ciudad de Kaluga, a unos 188 kilómetros al suroeste de Moscú, declaró que “los medios de comunicación rusos dan demasiada información negativa mientras que en el país hay muchas cosas buenas”. Lo negativo en los medios, según el líder parlamentario, “perjudica la seguridad del Estado”. Para que las “cosas buenas” predominen en los medios y para preservar la seguridad del Estado, Mirónov no propone nada nuevo, sino lo de toda la vida. Asegura que uno de los comités de la cámara alta ya está trabajando sobre el proyecto de un organo estatal para “controlar el torrente”. La tarea de este organismo será censurar las malas noticias: la miseria del pueblo, el crimen organizado o las pérdidas en Chechenia, e inventar las buenas, por ejemplo, el “amor popular” hacia el presidente y otros dirigentes del país.

Algún colega francés al escuchar las declaraciones del parlamentario sobre la necesidad de censurar las noticias diría que la democracia rusa se está construyendo su propia guillotina. Pero la verdad es que en Rusia se conoce muy poco de lo que es la democracia y ni siquiera se entienden sus principios. Los diputados, a pesar de ser formalmente elegidos por el pueblo, se sienten más bien funcionarios públicos, unos tornillos de la máquina gubernamental. De ahí provienen los recientes disparates de Mirónov.

Asimismo, las iniciativas de este parlamentario sorprendieron a ciertos analistas rusos. ¿No sabrá que la prensa y los medios electrónicos ya están amordazados y supercontrolados? –se preguntan–. ¿No sabrá que todas las grandes cadenas de la televisión se encuentran ahora en manos del Estado que ejerce también un control riguroso sobre los periódicos más importantes? Además, la mayoría de los periodistas, o más bien profesionales de la propaganda ruso-soviética, también se consideran tornillos de la máquina, no necesitan mucho control, ya que están acostumbrados a la autocensura. Han recibido la orden y manos a la obra. En Rusia cada día habrá menos noticias malas. No hay duda, tovarich.

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