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Víctor Cheretski

Desde Rusia con otkat

No consiguieron conquistar el mundo con las ideas del comunismo, ni con los kalashnikov o con los misiles nucleares: lo hacen con su actual invencible y todopoderosa arma del otkat.

En los últimos 20 años han pasado muchas cosas en Rusia. La superpotencia comunista o "imperio del mal" ya no existe. Pero en su lugar ha surgido otro monstruo: el "imperio de lo peor", de la corrupción institucional o del omnipresente otkat.

¿Qué es el otkat? Es una palabra nueva creada en los bajos fondos del mundo del crimen que significa en ruso "comisión" o "soborno". Es la ley universal en Rusia. Es el modus vivendi de una nación de 150 millones de habitantes.

Si quieres que tu negocio prospere prepara un otkat o, mejor, varios: para los funcionarios del municipio y los inspectores de hacienda, para la policía, para la mafia que controla tu barrio, para los bomberos que siempre pueden causarte problemas diciendo que tu local no reúne las condiciones necesarias desde el punto de vista de la seguridad y, por supuesto, para tus socios o responsables de la empresa pública con la que tienes trato.

Si quieres que tu hijo estudie en un colegio más o menos decente tienes que preparar un otkat para el director y otros para los profesores. Si estás enfermo, un otkat para el médico de tu centro de salud público. Si necesitas un pasaporte con el propósito de salir al exterior y no puedes o quieres esperar tres meses tu turno en las listas de espera, pagas un otkat y solucionas la cuestión en unos pocos días. Si te coge la policía en la calle sin tu carnet de identidad también tienes que pagar un tributo para no pasar la noche en el calabozo en compañía de yonquis y ladrones.

Por el mismo método se adquiere una licencia para cualquier actividad, un carné de conducir o una matrícula de honor en la universidad, un contrato para realizar importantes obras públicas o la libertad tras cometer un delito, ya que los jueces admiten también los otkat.

Con un buen otkat se compra a un importante cargo público o político, o el apoyo de alcaldes y el voto de diputados. Así que este fenómeno sustituye a la democracia.

Un director de periódico no publica una información sobre las fechorías de un cacique local tras recibir un otkat de este último. En otros casos, un soborno es la vía para escribir un artículo en el que se acusa a una persona honrada de presuntos crímenes por encargo de un maleante, un sinvergüenza o, simplemente, un competidor. El otkat sustituye a la libertad de expresión.

Todo esto no dejaría de ser una anécdota –pesada para los rusos– si la cultura del otkat no tuviese la capacidad de traspasar las fronteras. Y es que los tiempos del telón de acero, efectivamente, ya no existen.

Así, rusos con las maletas llenas de efectivo proveniente del otkat llegan, por ejemplo, a un país lejano y exótico para ellos. Y al poco tiempo tienen en este país su residencia legal, sus guardaespaldas, su palacete en Sotogrande, su limusina, su yate y su dinero en negocios tanto legales como ilegales. Por supuesto, todo ello con la ayuda de su método milagroso que le abre todas las puertas.

No consiguieron conquistar el mundo con las ideas del comunismo, ni con los kalashnikov o con los misiles nucleares: lo hacen con su actual invencible y todopoderosa arma del otkat.

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