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Víctor Cheretski

El infierno turkmeno

El periodista estadounidense de origen ruso, Leonid Komarovski, acaba de salir del infierno. Fue detenido el pasado 27 de noviembre junto con otras 200 personas, nativos y extranjeros, acusados de haber cometido el “crimen más horroroso de la historia” –atentar contra la vida del “gran Turkmenbashí (padre de los turkmenos) el Grande”, título oficial del presidente, Saparmurad Niazov, ex-líder del partido comunista de la república centroasiática de Turkmenistán. (Su otro nombre, también oficial, es la “corona de diamantes del pueblo”). De aquel atentado, considerado por la oposición turkmena como una “provocación de los servicios secretos”, el Grande salió ileso. Los presuntos “terroristas”, entre ellos los opositores más destacados como el antiguo vive-primer ministro, Boris Shihmuradov, fueron detenidos, torturados y condenados a muerte.

El americano Komarovski fue acusado de “haber atacado al presidente para asesinarle y derrocar al régimen constitucional”, todo esto tras haber “organizado una banda criminal, comprar y transportar armas y drogas”. La embajada de EEUU en Turkmenistán le dijo que podría contar con la ayuda de Washington sólo si era inocente, o sea, no debía declararse culpable. “Fue imposible soportar todas las torturas e insistir en mi inocencia”, escribe Komarovski en un artículo publicado por el periódico moscovita Moscovski Komsomolets. Fue sometido a palizas en el sótano de la cárcel. Le pegaban practicamente cada noche con porras, especialmente en los riñones y en los talones. Moría de hambre ya que los carceleros le robaban la comida.

No obstante, el periodista escribe que ha sido un “privilegiado”, comparado con los demás detenidos, por ser ciudadano estadounidense. Los demás fueron torturados con descargas eléctricas y con palizas mucho más duras. Casi todos “confesaron” haber participado en el acto “terrorista”. Komarovski también confesó. Su “confesión” de haber participado en el complot, hecha bajo los efectos de la droga, fue transmitida por la televisión local. Se enteró de lo que dijo al día siguiente al ver la grabación que le mostraron los carceleros.

Ante la indiferencia de Washington, tuvo que cambiar la táctica. Para salvarse la vida promitió a sus torturadores escribir un libro sobre la “vida feliz de los turkmenos” y editarlo en Estados Unidos. Lo hizo en tres meses, escribiendo 20 páginas al día. La “obra” fue revisada por el mismo presidente que le puso el título: “Verdad y mentira sobre Turkmenistán. Apuntes de un periodista arrepentido”. El día de su liberación el periodista recibió una llamada telefónica del mismo “Turkmenbashi”. Le dijo que debe contar al mundo la “verdad” sobre Turkmenistán.

Lo está haciendo ahora aunque, al parecer, la verdad no interesa a nadie, ya que el presidente turkmeno sigue siendo una persona respetada y su régimen, criminal y perverso, no está sometido a ningún tipo de sanciones internacionales. En los últimos festejos de San Petersburgo el dictador estaba sentado junto a Tony Blair.


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