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Víctor Cheretski

El monarca mártir y el presidente perverso

De sobra se conoce la trágica historia de los Románov, víctimas inocentes de la barbarie bolchevique. Sus mismos verdugos sentían vergüenza de haber cometido este crimen. De tal forma que preferían callarlo o, como mucho, justificarlo por las “circunstancias históricas”. Los investigadores comunistas de los tiempos posteriores ni siquiera se permitían hablar mal del emperador, limitándose a decir que era de carácter débil y se dejaba manipular por los malhechores. Así que nada le impedía al pueblo ruso conservar un profundo respeto al monarca mártir a lo largo de la dictadura comunista.

Estos sentimientos fueron brutalmete pisoteados y la memoria del zar profanada en la operación “entierro” emprendida por el perverso y senil mandatario Yeltsin con claros pretextos políticos. Él, que mandó –siendo cacique bolchevique de Ekaterinburgo en los años 70– destruir la casa Ipatiev, lugar del asesinato, para erradicar cualquier memoria del emperador, quiso, 20 años después, presentarse ante el mundo como un demócrata que borra su propio pasado. A ver si le daban un préstamo más para que su corrupta hija colocara ese dinero en una de sus cuentas privadas australianas... No le importaba a Yeltsin, en su más profundo cinismo, si de verdad eran restos del zar o de algún perro callejero.

El escándalo es aún más grave, ya que muchos ortodoxos consideran a Nicolás II como santo de su Iglesia y veneran su tumba desde que fuera enterrado solemnemente en San Petersburgo. Ahora, según el profesor Viner, es imprescindible abrir las tumbas imperiales y sacar de ellas los restos de unos desconocidos. El fraude no puede seguir adelante.

En cuanto a los restos mortales del emperador mártir y de los miembros de su familia, al parecer, fueron incinerados al día siguiente de su asesinato, así que prácticamente no hay esperanzas de encontrarlos.

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