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Víctor Cheretski

¿Estamos más locos que las vacas?

Nos acordamos de los recientes acontecimientos en Kósovo. Una enviada especial de la televisión nos explicaba, patética, con voz entrecortada y lágrimas en los ojos, las calamidades de los albaneses en los campamentos de refugiados. Estabamos muy emocionados al ver a los niños hambrientos y sucios en espera de nuestra ayuda.

Es curioso, pero por muy solidarios que seamos, no sabíamos nada, ni nos interesaban las víctimas serbias de la posterior “operación humanitaria”. No nos salían las lágrimas cuando nos enteramos, por casualidad, de que las bombas de la OTAN mataron a 650 civiles, entre hombres, mujeres, niños y ancianos.

Y a los que buscabamos respuesta a nuestras dudas, nos contestaban que está gente murió “por error”, eran los llamados eufemísticamente “efectos colaterales”. Quizá por eso no suscitaron histerias periodísticas, ni nuestra preocupación. Tampoco nos informaron de que, por ejemplo, en la región croata-musulmana en Bosnia, el cáncer aumentó el año pasado en un 40%, presuntamente por la contaminación radiactiva que dejaron los bombardeos en la zona.

Extraña aún más nuestra tolerancia otro “efecto colateral” de la guerra: la muerte de nuestros propios soldados. ¿Será porque esta vez , oficialmente, no se trata de un “error” sino de la “pura casualidad”? Así que podemos dormir tranquilos en espera de que nos monten en Europa alguna otra mini-Hirosima.

Dicen que los científicos buscan una vacuna para las vacas. A ver si inventan también algo para nosotros. Algo fácil: que nos abra los ojos y veamos, por fin, la realidad.

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