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Víctor Cheretski

Gadafi como aliado estratégico

El antiguo presidente ruso, Borís Yeltsin, buscaba amigos en Estados Unidos y Europa. Su heredero, Vladímir Putin, tiene otras preferencias. Su política es, en primer lugar, recuperar a antiguos aliados estratégicos del imperio soviético, utilizar la “experiencia positiva”, como dice. La imagen de algunos de estos países “marginados” en el mundo, al parecer, no le importa en absoluto. Así, ha restaurado las antiguas relaciones privilegiadas con la Cuba castrista, Corea del Norte, Vietnam, China e India. En las relaciones con Irán ha ido mucho más lejos que los líderes comunistas de la URSS, molestos con el integrismo del régimen de Teherán y su apoyo a la guerrilla afgana en los tiempos de la invasión soviética. En cuanto a Irak, el Kremlin hace todo lo posible para levantarle las sanciones internacionales, lo que permitiría restablecer el nivel anterior de relaciones político-militares con Sadam Husein.

Donde ya no existen casi obstáculos para actuar es en Libia. La reciente visita a Trípoli del ministro ruso de Exteriores, Igor Ivanov, ha estado dedicada a restablecer las relaciones con la Popular y Socialista Yamahiría Arabe. Se habla también del próximo viaje de Putin para convertirla en el primer aliado de Moscú en África del Norte. Ya dispone de la invitación oficial de Gadafi. Mientras tanto, hace unos seis meses estuvo en Libia el vice-primer ministro ruso, Ilia Klebánov, encargado de la industria militar y de la venta de armas. Moscú está dispuesta a modernizar las Fuerzas Armadas libias, que disponen, por el momento, de armamento anticuado soviético.

Según la prensa rusa, el Kremlin desea vender a Gadafi tanques y carros blindados, misiles de todo tipo, aviones de combate, tipo SU y MIG, así como buques de guerra. Pero, eso sí, el folclórico líder libio debe prometer a Moscú, por lo menos, la devolución de unos 13.000 millones de dólares: su deuda por los suministros anteriores de armas que se negaba a pagar a lo largo de los últimos años debido al embargo internacional. Rusia pretende también colaborar con Libia en el asunto del petróleo, construcción de centrales eléctricas, ferrocarriles y sistemas electrónicos de comunicación. Hoy en día, Moscú aboga por el levantamiento de todas las sanciones impuestas a Libia por el caso Lockerbie para poner en marcha sus amplios planes de cooperación.

Es curioso. En la época soviética, los dirigentes comunistas intentaban mantener en secreto sus relaciones con Trípoli. Tenían ciertas reservas con el régimen de Gadafi y no se apresuraban a nombrarle oficialmente “aliado estratégico”. Hoy, sin embargo, tanto en el Gobierno como en la Duma, cámara baja del parlamento, se oyen voces a favor de hacerlo, especialmente porque es “enemigo del mundo occidental” lo que le convierte automáticamente en aliado de Rusia.

No es de extrañar que Washington esta vez guarde un silencio absoluto y no intente presionar a Moscú para que deje sus peligrosos juegos con Trípoli. Esta postura, al parecer, se explica por el reciente fracaso de la diplomacia estadounidense en sus intentos por frenar el auge de las relaciones entre Moscú y Teherán. “Moscú no necesita consejos a la hora de elegir a sus amigos”, contestó en aquel entonces Igor Ivanov a sus colegas estadounidenses.

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