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Víctor Cheretski

Kolgida: Tierra martirizada

Dicen que todas las desgracias de la vieja Kolgida, conocida hoy en día como Georgia, empezaron cuando el ladrón griego Yazon, con su banda de argonautas, robó el vellocino de oro y secuestró a Medea. El mal ejemplo del representante de la nación más civilizada de aquel entonces fue seguido, a lo largo de los siglos, por los salvajes vecinos de los georgianos. Los temibles guerreros montañeses, especialmente chechenos, vivían de la rapiña y los secuestros de los pacíficos habitantes de la fértil y rica Kolgida. En busca de protección, hace más de 200 años, la noble dinastía de los zares georgianos, los Bagrationi, entregaron su corona al imperio ruso. Los rusos pacificaron a los chechenos y devolvieron la paz a esta tierra.

Pero los males de la historia se repiten, sobre todo cuando el destino de un pueblo cae en manos de políticos sin escrúpulos. Georgia no ha sido una excepción. Tras el colapso de la Unión Soviética y un corto período de transición democrática del presidente Zviad Gamsajurdia, el poder regresó a la “vieja guardia” ex-comunista.

El antiguo ministro del Interior de Georgia y miembro del Buró Político del Partido Comunista de la URSS, Eduard Shevardnadze, utilizó toda su macabra experiencia bolchevique para hacerse con el poder absoluto. Derrocó a Gamsajurdia, quien perdió la vida en circunstancias muy sospechosas. Posteriormente, encarceló a todos los que le ayudaron a acabar con su rival, entre ellos a los destacados líderes nacionalistas, Djaba Ioseliani y Tenguiz Kitovani. Su tercer aliado, Igor Gueorgadze, huyó a Moscú. Le siguió un millón y medio de georgianos de un total de cuatro millones. Como hace 200 años, buscaron la protección del “gran hermano”.

La prensa local, “completamente libre” según el régimen, nunca critica al presidente. Quizá, por eso, los líderes de la oposición georgiana prefieren los medios moscovitas. A Shevardnadze, según esta oposición, le preocupa sólo su propio poder. “Ganó” las dos elecciones, en 1995 y 2000, falsificando los resultados de la forma más descarada. Organizó, él mismo, dos falsos atentados contra su persona. Por supuesto, salió ileso “milagrosamente”, y aprovechó la ocasión para reprimir a la oposición.

En general, el presidente georgiano es un gran maestro de todo tipo de manipulaciones. Estos días los españoles han sido testigos de cómo les intentaba liar tras la desaparición en Georgia de dos compatriotas empresarios. “La situación está bajo control, el gobierno georgiano toma medidas urgentes y está en contacto con los secuestradores” aseguró Shevardnadze. Y todo ha sido mentira ya que, hasta ahora, no se sabe nada de estos españoles.

Mientras tanto, las cosas no van bien a Georgia. Según el opositor Gueorgadze, el mismo presidente provocó un sangriento conflicto con Abjazia. Esta región pidió, por las buenas, una simple autonomía, pero acabó por separase de Georgia tras una guerra. Lo mismo pasó con Osetia del Sur y la región de Batumi. Así que el gobierno de Tbilisi no controla una tercera parte del territorio nacional. El resto lo controla más bien en teoría, porque está en manos de caciques locales que tienen sus propias leyes -las de la jungla- y sus ejércitos de matones.

Según expertos, Georgia es uno de los países más corruptos del mundo. La ayuda internacional que recibe se gasta en chalets de lujo y limusinas para los altos funcionarios del régimen. Es una de las acusaciones formuladas por la oposición. Pero lo evidente es que la economía nacional sufre una crisis muy profunda. La mayoría de las fábricas de la época soviética están paradas. Hasta en la capital se producen desconexiones diarias de la luz. La sequía de este año ha sido la puntilla para la agricultura georgiana.

No hay datos del paro, pero los que todavía trabajan no reciben los salarios –unos 5.000 pesetas- desde hace meses. Lo mismo pasa con la policía que, para sobrevivir, saca una especie de “impuesto revolucionario” de la población. Hay datos de que está compinchada con los grupos mafiosos que controlan lo poco que queda de las actividades empresariales, especialmente, la falsificación de bebidas alcohólicas y el tráfico de drogas.

Según fuentes rusas, el territorio georgiano es utilizado por los “terroristas chechenos” para transportar armas, acoger mercenarios árabes y evacuar a los heridos. En la región georgiana de Ahmeti, fronteriza con Chechenia, se encuentran las bases de la guerrilla islamista. Pero esta última no se siente nada agradecida. Los chechenos han vuelto a lo suyo, a lo de siempre: roban y secuestran a los georgianos. Y, a veces, a los extranjeros que se atreven a hacer negocios en la martirizada Kolgida.

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