El presidente ruso, Vladímir Vladímirovich Putin, tiene mucha lógica en todo lo que dice y lo que hace. Dijo, en su día, que Rusia necesita una democracia “controlada” o “dirigida” y ahora encuentra a una persona que pueda ayudarle a dirigir esta “democracia”. Por supuesto, los demócratas no sirven para esta misión. Los que mejores facultades profesionales reúnen en este caso son policías y agentes de servicios secretos. Y para que no haya duda de que es así, un nuevo “compañero de armas” del ex-teniente coronel Putin ocupará desde ahora el sillón de primer ministro ruso.
En el curículum de la época soviética de Mijail Fradkov no figura ningún servicio secreto: mejor, para que el torpe Occidente no le trate como a un ex-espía bolchevique. No obstante, casi toda su vida laboral ha estado vinculada con el comercio exterior ruso, que siempre ha sido una especie de sucursal de estos servicios. Se sabe también que tras su llegada al poder en 2000, Putin sacó a los suyos del anonimato y los nombró en puestos donde ya no tenían que esconder su profesión. Así, Fradkov asumió en mayo de 2000 el cargo del vice-presidente del Consejo de Seguridad y en marzo de 2001 fue nombrado director de la llamada “Policía Fiscal”, un puesto clave en el complicado “juego” de Putin con los “oligarcas” rusos, casi todos acusados de impago de impuestos.
Así que el nombramiento actual de Fradkov, un “funcionario ejemplar”, refuerza la presencia de los representantes de los servicios secretos y de orden público en la dirección rusa, según opina hasta la prensa oficialista rusa.
No obstante, en la biografía del nuevo jefe de Gobierno hay un punto débil que le hace vulnerable y bien manejable. En 1996, siendo vice-ministro de Relaciones Económicas con el Exterior, fue acusado de corrupción. Poco después, todos los documentos del caso quedaron quemados en un incendio y el único testigo murió de forma inesperada, cosas que a veces pasan en Rusia con los que intentan oponerse a los intereses corporativos de ciertos “compañeros”.