“Es la hora de recoger piedras”, dice a menudo el presidente ruso, Vladímir Putin. Para él y sus partidarios, la frase bíblica tiene sólo un significado: restaurar el imperio soviético. El Kremlin considera el colapso de la URSS, ocurrido en diciembre de 1991, como un gran error histórico que debe ser corregido a cualquier precio.
Así, el presidente entró en la política con una sangrienta guerra en Chechenia y logró conservar a esta república en el marco de Rusia. Con Bielorrusia, todo fue mucho más fácil. El folclórico líder bielorruso, Alexánder Lukashenko, entregó a Putin la independencia de su país en una bandeja de plata. Lo mismo pretende hacer ahora la dirección comunista moldava.
Reconquistar Ucrania no resulta igual de fácil: en Kiev hay bastantes nacionalistas. Pero se rendirán con el tiempo, no hay duda. Por el momento, un Cid Campeador ruso, Víctor Chernomirdin, ha sido nombrado embajador en Ucrania con poderes de virrey. Lleva, para domar a los ucranianos, un barril de petróleo en una mano y un látigo en la otra. El petróleo es también el principal factor para “estrechar las relaciones” con Lituania, una de las tres repúblicas ex-soviéticas del Báltico.
Y ahora le toca a Asia Central. ¿Cómo recuperarla? Al parecer, el Kremlin optó por utilizar el peligro del islamismo y de los talibanes afganos. Tras destruir los budas y marcar a todos los que no son musulmanes, estos “monstruos” se proponen, según Moscú, atacar a las repúblicas ex-soviéticas de la zona.
La creación de una fuerza colectiva es sólo un comienzo. Seguro que mañana habrá más “peligro” y Rusia “tendrá” que mandar más y más tropas para defender a sus “hermanos”… hasta tomar el control absoluto sobre Asia Central. Se espera que la Reconquista rusa (comparación que, sin duda, le gusta a Putin como todo lo español) durará mucho menos que la española. Los Boabdiles ex-soviéticos caen uno tras otro.
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