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Víctor Cheretski

La sombra del terror

Tras restablecer el himno de la Unión Soviética, Putin se propone devolver a Rusia su símbolo más macabro: la gigantesca y sangrienta maquinaria represiva. Hay que recordar que el KGB apareció en 1954 como heredero directo del CHK bolchevique, de la OGPU, NKVD y del MGB stalinistas, culpables de la muerte de millones de personas, en una campaña de represión masiva sin precedentes en la historia.

A partir de los años 60 la organización se especializó en aplastar el movimiento de los “disidentes”, internándoles en cárceles y manicomios especializados. La lista de las “hazañas” del KGB se conoce de sobra y no merece la pena exponerla entera.

Cuando la dirección política de Rusia, a principios de los noventa, tenía el propósito de democratizar el país y de construir una sociedad civil, el KGB fue fulminado. Muchos de los agentes, como el mismo Putin, abandonaron sus filas para entrar en los negocios y la política. Los que quedaron fueron divididos en varios servicios. A muchos les parecía que aquello era el fin de un símbolo del terror soviético. Y no fue así. El monstruo se recuperaba poco a poco. A mediados de los 90 sólo el FSB ya contaba con más de 100.000 efectivos.

La historia se repite y los propósitos de la política rusa, al parecer, no son los mismos que hace diez años. De ahí, la necesidad de resucitar al viejo aparato represivo. Puede ser muy útil, por ejemplo, para reprimir al pueblo hambriento, a los políticos rebeldes y a la prensa protestona. Es un buen soporte para un poder absoluto que, en los últimos tiempos, nos demuestra su agresividad, tanto fuera como dentro de sus fronteras.

¡Rusia va bien, señores!

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