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Víctor Cheretski

La táctica en Chechenia

La guerra en Chechenia ya no preocupa a nadie: ni en Rusia, ni en el mundo entero. La opinión pública rusa, tan activa durante la primera guerra en el Cáucaso (1994-1996) debido a las bajas sufridas en el frente, no manifiesta ningún interés por la segunda, que comenzó en agosto de 1999 y sigue hasta nuestros días. Este fenómeno es curioso y tiene su explicación.

El antiguo presidente, Borís Yeltsin, intentaba apagar el primer conflicto con las vidas de los jóvenes soldados, suscitando las protestas –como mínimo– de sus madres. El actual, Vladímir Putin, ha cambiado de táctica. Así, el 90 por ciento de los que mueren, hoy en día, en Chechenia son los mismos chechenos: los rebeldes y los que no lo son. Las tropas federales tienen prohibido salir de sus refugios. Se mueven por la república sólo en blindados, en grandes columnas, protegidas por helicópteros de combate. Pegan seguro y cada día son más inaccesibles para la guerrilla. Esta última se ve muy debilitada por cuantiosas bajas, falta de armas y contradicciones internas.

El objetivo principal de la guerrilla últimamente son los mismos chechenos: los que colaboran con los rusos como policías o miembros de la administración local. Son presas muy fáciles, ya que no tienen ni armas para defenderse, ni protección alguna. ¿Por qué una falta de atención semejante hacia sus aliados por parte de los rusos? La respuesta es muy fácil. Putin y sus estrategas siempre han considerado a la actual administración chechena, incluso a su jefe, Ahmad Kadírov, como “provisional”, de “compromiso” y de poca confianza. Los utilizaron en su día y ahora no los necesitan.

La verdad es que nunca han sido muy leales y “pro-rusos”, tal y como les llaman los medios de comunicación. Esta administración fue formada por personas que no pertenecían a los clanes del presidente checheno, Aslán Mashadov, y de los “señores de la guerra”, como Shamil Basáev. Eran parias del régimen anterior. Pero tampoco apoyaron la invasión rusa. El mismo Kadirov luchó con las armas en la mano contra los rusos durante la primera guerra.

Moscú se ha conformado con esta administración porque necesitaba a alguien con autoridad que pudiera contener el odio popular, los sentimientos antirusos, sirviendo además de tapadera como “autogobierno democrático” para Occidente.

Pero, con el paso del tiempo, la situación ha cambiado a favor de Moscú. Con métodos más salvajes, especialmente bombardeos masivos, ejecuciones y detenciones arbitrarias, los rusos han logrado una victoria militar. El comandante de las tropas rusas en el Cáucaso del norte, el general Guennady Tróshev, declaró que sólo el pasado mes de mayo habían sido aniquilados más de 100 “terroristas”. Se espera que no les quede a los rebeldes mucho tiempo. En cuanto a la población, harta de sufrir las calamidades, parece estar dispuesta a aguantar la presencia de los rusos, que le prometen una vida normal.

Así que las figuras de “compromiso”, como Kadírov y sus hombres, ya no son tan necesarias. Aumentan los rumores de que los que se salven de las balas de los rebeldes pronto serán sustituidos. Según analistas independientes en Moscú, Rusia necesita ahora para concluir con éxito su operación antiterrorista, una administración más fiel a su causa. Y para este propósito, dispone de “pro-rusos” de verdad, de la vieja escuela imperial soviética, de los que estaban todos estos años refugiados en Rusia esperando su hora. Estos sí que tendrán escolta y armas suficientes para protegerse y atacar.

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