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Víctor Cheretski

Las balas y las horcas

Las declaraciones del general Tróshev han tenido poca repercusión en la sociedad rusa. Mientras la mayoría de la población permanece indiferente ante las confidencias del principal carnicero de Chechenia, los nacionalistas y los comunistas ya lo proclaman “héroe nacional”. Seguro que, al retirarse del Ejército, podrá hacer una brillante carrera política en las filas de éstos últimos partidos como diputado del parlamento o gobernador de alguna provincia.

El Kremlin intentó quitarle importancia a las palabras del general a la vista de la posible reacción negativa de Occidente. Mientras el presidente Putin permanece callado, sus portavoces dicen que son “opiniones personales” e “iniciativas privadas” y que a los chechenos no les van, por el momento, a torturar ni ejecutar públicamente.

Pero a la mayoría de los hombres de Tróshev les importa un pito lo que dicen los políticos. No es ningún secreto que las detenciones arbitrarias, torturas y ejecuciones sin juicio son prácticas diarias en Chechenia. Total, los soldados, alentados por las palabras del general, no verán mucha diferencia entre las actuales ejecuciones de los sospechosos con una bala en la nuca y un posible ahorcamiento en la plaza de Grozni, capital de la república-mártir.

Así que, en efecto, hay un peligro real de que algún militar intente poner en práctica los planes de su jefe.

Sólo una voz se alzó en contra de las declaraciones de Tróshev. El defensor de los derechos humanos y antiguo disidente soviético, Serguey Kovaliov, pidió la destitución inmediata del general-verdugo. Pero su voz, como siempre, cayó en saco roto. Kovaliov tiene fama en la Rusia putiniense de “loco, mamarracho y agente del podrido Occidente”.


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