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Víctor Cheretski

Librarse de la mili

Los rusos pagarán esta primavera unos 50 millones de dólares para que sus hijos no cumplan el servicio militar obligatorio, que está considerado oficialmente en el imperio post-bolchevique como “deber patriótico sagrado” de todos los varones. No obstante, en el negocio de ayudar a los jóvenes a salvarse de la mili actúan centenares de intermediarios y entidades mafiosas que hacen “milagros” a cambio de un puñado de billetes verdes. El periódico oficialista ruso Izv.Info saca a la luz del día la existencia del negocio, pero no explica los motivos que obligan a los rusos a burlar la legislación de su país. Ni falta que hace: estos motivos se conocen de sobra en Rusia. Son el eterno conflicto bélico en el Cáucaso, las salvajes novatadas y malos tratos por parte de los superiores, la comida precaria y las condiciones de vida infrahumanas en los cuarteles. Son dos años de martirio que, en muchos casos, dejan huellas para el resto de la vida en forma de enfermedades síquicas y físicas.

Esta primavera, los 161.732 jóvenes rusos deben entrar en la mili. Los que intenten esconderse serán perseguidos y encontrados por las patrullas de policías y militares. Pero hay métodos más “civilizados” que hacen inútil este peligroso juego del gato y el ratón. Por ejemplo, en Moscú existe un centro privado, El Recluta, que ofrece a sus jóvenes clientes un “paquete de servicios”. Se trata de una revisión médica en busca de enfermedades crónicas (con garantía de encontrarlas) y la posterior entrega de un certificado que testifica la existencia de estas enfermedades. Asimismo, los abogados del centro defienden al cliente ante las autoridades si se les ocurre dudar de las dolencias del paciente. El precio del “paquete” es de 2.500 dólares.

Otra opción es presentar un certificado de que uno necesita aplazar su servicio militar por estudios superiores. En Rusia hay más de cuarenta “universidades” que existen sólo en el papel y se dedican exclusivamente a vender este tipo de papeles por valor de 900 dólares, precio de la matrícula. El año siguiente se podrá pedir otro certificado pagándo, por supuesto, otro año de estancia ficticia en el centro docente. Este método es muy seguro porque los militares suelen comprobar la veracidad de los certificados y las “universidades” la confirman. También se puede comprar, por un precio más bajo, un certificado parecido en el mercado negro, pero nunca será tan seguro.

Hay más métodos para librarse de la mili. En San Petersburgo se adquiere —por ejemplo, en clínicas siquiátricas— certificados de homosexualidad. Es también un camino seguro, ya que el Ejército no admite a los gays. El precio es de 1.500 dólares.

La legislación rusa prevé también un aplazamiento del servicio militar para los padres con hijos de corta edad. Así que siempre se puede encontrar a un intermediario que te preporcione alguna madre soltera dispuesta, por 1.000 dólares, a reconocerte como padre de su hijo. No es obligatorio casarse, ya que la mujer testifica que tiene contigo un matrimonio de hecho.

Pero el procedimiento más barato, sólo unos 500 dólares, es obtener una condena por gamberismo. El intermediario comparte el dinero con los policías corruptos. Estos últimos testifican ante el juez que el jóven les ha insultado. Normalmente la condena es de 180 horas de trabajos públicos. El condenado la cumple todo el período de reclutamiento primaveral (mayo-junio). Luego vive tranquilo medio año hasta el reclutamiento de otoño (octubre-noviembre) cuando tiene que inventar algún truco más para que no le cojan los militares.

Según los datos oficiales, el 30% de los jóvenes rusos logran burlar la legislación y librarse de la mili.

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