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Víctor Cheretski

Posible objetivo de la operación antiterrorista

El presidente Bush declaró recientemente que la operación en Afganistán es sólo el comienzo de una amplia campaña destinada a erradicar la lacra del terrorismo internacional. Entre los posibles objetivos de las futuras ofensivas se barajan países como Irak, Yemen, Somalia y Sudán. Este último está estrechamente vinculado con el nombre del terrorista número uno, Osama Ben Laden. Se sospecha de que el millonario saudí tiene ahí intereses económicos y utiliza el suelo sudanés para entrenar a comandos terroristas.

Sudán es el país más grande de África, y quizá uno de los que más ha sufrido. La guerra civil, la miseria, el hambre, las enfermedades y las sequías son sus principales problemas. El conflicto armado, uno de los más antiguos del continente, se debe al contraste que existe entre el norte, árabe y musulmán, y el sur, negro, cristiano y animista. El norte siempre ha intentado dominar al sur para imponer sus condiciones y modo de vida.

Y lo peor empezó con la llegada al poder en Jartum, en 1989, del general Omar Hasan Al Bashir. Este militar estableció en Sudán un régimen islámico radical. Aunque los sudaneses son mayoritariamente musulmanes —el 70 por ciento de la población— el resto de la población —y también una parte de los musulmanes— no ha aceptado este régimen integrista. En las filas del sudista Ejército Popular de Liberación de Sudán, de Jon Garang, hay muchos musulmanes. El recientemente fallecido líder del pueblo nuba, Youssif Kuwa, fue también musulmán. Y fue uno de los dirigentes más destacados de la resistencia.

Los daños que causó la guerra son incalculables. Se habla de dos millones de muertos y de cuatro millones de desplazados. Entre las consecuencias, podemos mencionar también una miseria absoluta en las regiones del conflicto. Se trata de ciudades y pueblos arrasados por los bombardeos de las fuerzas de Jartum, localidades fantasmas como, por ejemplo, Gogrial, y muchas otras. La gente, casi siempre hambrienta, esquelética, vestida de harapos, se refugia en campamentos provisionales, esperando cada minuto los bombardeos y ataques del ejército del general Al Bashir.

La esclavitud forma parte de la tragedia general. Las fuerzas integristas practican la tradición medieval de capturar esclavos en el sur para venderlos en Jartum y en otras ciudades del norte. Algunas organizaciones internacionales logran penetrar en los mercados de esclavos para comprar y devolver la libertad a la gente. Las autoridades de Jartum practicaban, hasta hace poco, el secuestro de niños negros para —según decían— reeducarlos en campamentos especiales; es decir, para islamizarlos o venderlos como esclavos.

Es conocida la tragedia de los nubas, un pueblo que vive en las montañas en la parte central del país y que fue sometido a un verdadero genocidio. El bloqueo impuesto por el ejército de Jartum no permitía ni siquiera lo vuelos con ayuda humanitaria. Los nubas morían de hambre, especialmente en los años de gran sequía, como fue, por ejemplo, 1993. No se sabe de qué se alimenta esta gente, bombardeada día y noche por las fuerzas integristas, pero la resistencia sigue. Aunque, eso sí, de un millón de nubas —hace unos 20 años— sólo quedan unos 300.000.

La riqueza de Sudán es su petróleo. Posee unas inmensas reservas de crudo: unos 2.000 millones de barriles, y hay indicios de que podrían superar ampliamente esa cifra. Pero esta riqueza sólo sirve para formentar la guerra. Los yacimientos se encuentran en el sur del país. Y significan más desgracias para los sureños. Y es que el gobierno, bajo el pretexto de proteger a las empresas petroleras, destruye todos los poblados que se encuentran a 50 o hasta a cien kilómetros. La gente tiene que abandonar sus casas y sus campos de cultivo, e irse sin saber a donde.

En estas circunstancias, el papel de la ayuda humanitaria internacional en las zonas del sur es muy importante. El problema es que el gobierno sudanés no deja, en muchas ocasiones, que llegue esta ayuda. Jartum acusa a las organizaciones humanitarias internacionales de prestar apoyo militar a los rebeldes. Y también acusa a los rebeldes de revender la ayuda humanitaria para comprar armas. Sea como sea, no es nada fácil suministrar víveres a las zonas del conflicto. La población, varios millones de personas, no recibe ni una mínima parte de lo que le podría conceder la comunidad internacional.

Por el momento, no se ve el fin de la tragedia. La guerra, las hostilidades, siguen adelante, sin ninguna perspectiva para la paz, ni esperanzas de una vida más o menos normal para la población.

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