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Víctor Cheretski

Símbolo de la resistencia rusa

Esta semana se celebra en Rusia un juicio que suscita muchas emociones. Se juzga a una mujer, acusada de matar a su marido. No, en este caso no se trata de malos tratos, ni de un crimen pasional. La acusada es Tamara Róhlina, esposa del difunto teniente-general León Rohlin, destacado diputado del parlamento ruso.

Para los rusos, el general era todo un símbolo. Un símbolo de lo más digno y honesto que todavía queda en la sociedad rusa, hundida en una profunda crisis política, económica y moral. Fue un verdadero defensor del pueblo y un verdadero demócrata, a pesar de pertenecer a la vieja escuela militar soviética.

Nació en una familia judía y eligió una carrera difícil para un joven de esa procedencia en un país antisemita como era la Unión Soviética. Y llegó a lo máximo gracias a su talento y a su coraje. Participó en varias guerras, especialmente en las de Afganistán y Chechenia, sin considerarlas justas, ni útiles para su pueblo. Era un gran profesional que cumplía con su deber, pero lo que más le preocupaba era conservar la vida de sus soldados y darle la máxima protección a la población civil.

Era un Dios para sus soldados, con los que compartía todas las dificultades y peligros de la guerra. Su fama se extendió por las estepas rusas. No era de extrañar que fuera elegido diputado del parlamento. Tampoco era de extrañar que se convirtiera en uno de los líderes de la oposición al régimen corrupto y perverso del antiguo presidente Boris Yeltsin. Un hombre como Rohlin no podía estar con los brazos cruzados ante los desmanes del poder, que provocaba guerras locales y arruinaba al país y a su pueblo.

El general protestaba. Hasta se negó a recibir de manos de Yeltsin la máxima condecoración de “Héroe de Rusia” por sus méritos militares. Mientras tanto, disponía de datos concretos sobre la corrupción en el Ejército y en los niveles más altos del poder. No se callaba al enterrarse de cómo los secuaces del presidente se forraban con la guerra en Chechenia, cómo vendían ilegalmente armas y materiales radioactivos al extranjero. El general preparaba su ataque mortal contra el régimen desde la tribuna del parlamento. Era muy peligroso para el gobierno, mucho más que toda la llamada oposición, comunista o democrática. No era oportunista y no había manera de “comprarle” ni con dólares, ni con chalets oficiales. Romántico y servidor de la ley, Rohlin, tampoco era un golpista, aunque sólo una palabra suya hubiera bastado para que sus seguidores militares se hicieran con el poder.

Y esto lo sabía la “nomenclatura” yeltsinista, las mafias y los demás acólitos del Kremlin. Un día, hace precisamente 22 meses, el general fue hallado en su cama con un balazo en la nuca. Poco después, la policía detuvo a Tamara como presunta autora del asesinato.

Hoy en día está muy claro que quienes arrestaron a esta mujer -al parecer, para ocultar a los verdaderos asesinos- intentan condenar a una persona completamente inocente. Primero, los Rohlin eran un matrimonio ejemplar que duró 30 años. No había ningún motivo para el homicidio. Así, por lo menos, lo aseguran todos los que conocieron a la familia. Tamara es de carácter bondadoso y caritativo, hasta tal punto que ayudaba con su propio dinero a las familias de los soldados muertos en combate. Las madres y viudas de los militares se dirigían a ella para buscar apoyo y no a los inútiles organismos del Estado.

En una palabra, es muy dificil imaginar que esta mujer fuera capaz de matar a su marido, además, pegándole un tiro de un “rambo” profesional. Era imposible que esta mujer, madre de dos hijos, limpiara posteriormente su arma, con mucha sangre fría, para no dejar huellas dactilares. Todo esto es ridículo, pero así es la acusación oficial. Por cierto, esta acusación no tiene ninguna prueba directa contra Tamara. Lo único a que se agarra es a un testimonio del chófer del general -por supuesto, agente de los servicios secretos- que oyó una vez cómo la mujer regañaba a su marido por llegar tarde del trabajo, estar todo el día sin comer y descuidar su salud. ¡De verdad, un buen motivo para pegarle un tiro!

Tamara niega su culpa. No ha sido doblegada por las circunstancias, ni por las torturas morales y todo tipo de maltratos a que está sometida en la cárcel. Fiel a la memoria del general, rechazó con indignación los “compromisos” para declararse alcohólica, drogadicta o padecer una enfermedad mental a la hora de apretar el gatillo. Así podría obtener un indulto. Pero ella sigue diciendo lo mismo, que fueron tres hombres enmascarados quienes mataron a su marido y que, además, se llevaron todos los papeles y el archivo del general.

Mientras la máquina inhumana de la justicia rusa, gran herencia del estalinismo, intenta aplastar a la valiente mujer, muchos rusos se preguntan: ¿Por qué no se pone fin a esta sucia comedia ya que Yeltsin no está –ni estará más, por fortuna- en el poder? La respuesta es muy sencilla. En Rusia no se han producido todavía cambios sustanciales. La corrupción y las mafias prosperan como antes. Muchos personajes del antiguo régimen siguen en sus puestos directivos.

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