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Victor D. Hanson

Enganchados al petróleo

Esas naciones fracasadas, sin dinero contante y sonante, tendrían menos recursos para financiar a los terroristas de Al Qaeda o Hizbolá; ni siquiera tendrían para pagar por esas madrazas antioccidentales.

En el futuro inmediato, el petróleo propulsará la economía global. Hay demasiado poco para todos, especialmente ahora que dos mil millones de chinos e hindúes están en el mercado. Y la resultante lucha por ese petróleo pervierte toda razón y sentido común.

En nuestro mundo paranoico por el petróleo, "No sangre por petróleo" fue la calumnia habitual contra el derrocamiento del petrolíferamente rico Sadam Husein. Sin embargo después de la invasión de Irak en Marzo de 2003, el precio global se disparó por las nubes. Finalmente se descubrieron los negocios sucios de los consorcios petrolíferos franceses y rusos así como la podredumbre del programa de la ONU Petróleo por alimentos. Y la industria iraquí estaba, por primera vez, bajo control democrático.

Pero eso no importa. Los teóricos de la conspiración aún seguían alegando que Estados Unidos siempre usa su poder militar para asegurarse petróleo, como si hubiese petróleo en Granada, Panamá, Mogadisco, Serbia, Bosnia, Kosovo o Afganistán. Cuando se trata de petróleo, creamos mitos e ignoramos la verdad.

Los críticos alegan equivocadamente que Estados Unidos fue a Irak para robar el petróleo de Sadam, pero ignoran otras razones por las que el petróleo tiene mucho que ver con las actuales amenazas contra Estados Unidos.

Primero, tenemos las peculiares circunstancias de su historia y explotación en un petrolíferamente rico Oriente Medio y que explica mucho de la presente patología de la región. A diferencia de la mayoría de industrias, el petróleo en el mundo árabe y en Irán no fue el dividendo de descubrimientos científicos o del trabajo duro de una clase media educada. Más bien fue cuestión de suerte y de la capacidad de un Occidente que lo descubrió y lo explotó.

Al principio, las compañías petrolíferas occidentales apuntalaban a los dictadores del Golfo que les daban mano libre para explotar los recursos sin mucho escrutinio. Después, durante la reacción contra los intereses petrolíferos extranjeros en los años 70, las nuevas compañías estatales nacionalizaron esa industria mientras que sus élites usaron las enormes ganancias para comprar armas y miles de millones en bienes materiales de Occidente.

Entonces, los avariciosos autócratas de estas naciones de Oriente Medio disimularon su propio poder absoluto sobre la lucrativa industria mencionando perennemente los pasados pecados de las compañías petrolíferas occidentales y sus gobiernos. La calle árabe siguió sin participar de esas ganancias pero escuchó muchas veces que la culpa de su pobreza supuestamente era culpa de los occidentales.

Los terroristas como Osama bin Laden pronto encontraron formas de poner patas arriba a esos ilegítimos gobiernos, ricos gracias al petróleo. Esos regímenes dieron dinero y ayudaron a los islamistas radicales, los cuales a su vez le echaron la culpa de la miseria de Oriente Medio a los "cruzados", esos que se supone que siguen "robando" la riqueza de los pueblos árabes. En el orwelliano mundo de la petro-lógica, los emiratos y las juntas militares –que se tragan el 90% de las ganancias de cada barril sacado del desierto– de alguna forma han logrado convencer a su gente que siguen siendo las víctimas de gangosos tejanos con barriga cervecera.

Además, la especulación petrolífera esconde los abyectos fracasos de esos regímenes odiosos. Por ejemplo, el marxismo, esa chiflada filosofía cuya herencia es empobrecimiento y muerte en masa. Pero gracias a las obscenas ganancias, Hugo Chávez reparte subsidios en efectivo en toda Latinoamérica bajo la apariencia de un exitoso estado "socialista", como si fuese su gobierno antidemocrático el que enriqueciese Venezuela y no la suerte de tener petróleo más los expertos extranjeros. Sin un barril de petróleo a 60 dólares, Chávez sólo sería otro patético parlanchín como Fidel Castro dominando un estado fracasado.

Quitémosle a Irán sus inesperadas ganancias petrolíferas y esos teócratas del siglo VIII que gobiernan el país serían ridiculizados como empobrecidos payasos talibanes en lugar de ser temidos por sus amenazas de borrar a Israel del mapa. En Rusia, las preocupación por los recortes petrolíferos da a Vladimir Putin pase libre para que destruya la democracia rusa y le dé combustible nuclear a Irán. Y sin la sed petrolífera, el mundo rechazaría a un país como Arabia Saudí por la brutal práctica de la sharia, la intolerancia religiosa y los subsidios para la propaganda antisemita y antioccidental.

Pero nosotros, los importadores, también estamos mentalmente alterados. Los americanos, sedientos de gasolina, queman mucho más petróleo del que producen. Eso envía miles de millones al extranjero, a las manos de esos gobiernos indeseables que se lucran por accidente y no por usar sólidos principios económicos.

Los liberales contestan que nuestro petróleo es simplemente una mercancía como cualquier otra, sin darse cuenta que los actuales enemigos de Estados Unidos son parásitos que ni siquiera tienen la habilidad de hacer sus propias armas, ésas que usan contra nosotros, si no fuese por un Oriente Medio inundado de petrodólares. Algunos ecologistas parecen estar igual de perdidos. Mientras que contaminadores rusos y africanos sacan petróleo como locos sin regulaciones al estilo americano, estos activistas bien intencionados aducen que no deberíamos perforar de manera responsable en pequeñas áreas de Alaska y a las afueras de nuestro litoral para aplacar nuestro propio apetito.

Si la izquierda abogara por la energía nuclear y más perforaciones, si la derecha presionara por mayores estándares de eficiencia y combustibles alternativos, Estados Unidos podría recortar sus importaciones y el precio mundial del petróleo colapsaría.

Hay que imaginar los dividendos para Estados Unidos que irían mucho más allá de la mera reducción de nuestros desequilibrios comerciales. Esas naciones fracasadas, sin dinero contante y sonante, tendrían menos recursos para financiar a los terroristas de Al Qaeda o Hizbolá; ni siquiera tendrían para pagar por esas madrazas antioccidentales. La calle árabe tendría que culpar a sus propias élites por la mala gestión en lugar de acusar de todo al coco occidental. Y sería muchísimo más fácil poner freno a las armas de destrucción masiva si los locos no tuviesen el petróleo con que las pagan.

Pero como todos los adictos, aquellos enganchados al petróleo importado defenderán a sus traficantes, le echarán la culpa a otros por su dependencia y negarán que su destructivo hábito siquiera sea un hábito.

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