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Víctor Gago

Humpty Dumpty en las plataneras

“Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen”. Así, con la displicencia de un matarife, Humpty Dumpty propina la letal puntilla a la inocencia de Alicia. Es el fin de la lógica aristotélica, que Lewis Carroll identifica con la inocencia de la protagonista de su célebre relato. Una inocencia ilustrada, por cierto: no se olvide que Alicia, como Don Quijote o la Bovary, caen en el subsuelo mientras leen ¿De quién son las palabras? Ahí nos duele a los liberales: ¿Cómo resistirse a la tentadora oferta de subjetividad sin límites del huevo sofista: “Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen”? ¿Por qué ordenar con objetividad lo que, en una sociedad abierta, no es sino inagotable e informe flujo de sentido? La entrada de José Carlos Mauricio como consejero de Economía y Hacienda del nuevo Gobierno de Canarias, que este lunes toma posesión bajo la Presidencia del ingeniero y político de exaltación insularista Adán Pablo Martín Menis, resulta estimulante para analizar la fortuna de la doctrina Humpty Dumpty en los trabajos y los días de la finca platanera del nacionalismo isleño.

Éste de coalición entre CC y PP es un Gobierno “de corte liberal”, según unos, o de “centro-derecha reformista”, según otros, presidido por un político de 60 años al que todos reconocen un “prestigio de planificador”. El hecho de que CC haya decidido amputarse a sí misma, en la plaza pública, el ala de extrema izquierda que la constituye desde su fundación hace diez años, como consecuencia de su aplastante derrota a manos del PP en la isla capitalina de Gran Canaria, lleva a la mayoría de analistas a concluir, sin más, que en CC han triunfado las tesis liberales, representadas por el “buen planificador” Adán Martín.

Una tras otra, en vísperas de la formación del nuevo Gabinete, han ido desfilando opiniones de pleitesía al perfil tecnocrático y racionalista que el presidente daría a su equipo. Una vez conocido que Mauricio sería el responsable de la política económica y presupuestaria de la región, Antonio Rivero, presidente de la patronal de Las Palmas, lo calificó de una “magnífica elección” y elogió la “alta cualificación” del antiguo delfín del comunismo español para el puesto más trascendental de una política “de corte liberal”. Esta falta de rubor para el acomodo turiferario al poder político no es nueva en los dirigentes empresariales isleños. En el presidente de la Confederación de Empresarios, su énfasis en la adulación del nuevo Gobierno y, en particular, de Mauricio, resulta aún más desvergonzado si se tiene en cuenta su apuesta personal por el enemigo de Mauricio, Román Rodríguez, primero en la carrera por la candidatura a la Presidencia, y posteriormente, para que fuera designado vicepresidente y consejero de asuntos económicos; una apuesta basada en la expectativa personal de Rivero de que entraría en el Gobierno de la mano de Rodríguez.

El resto de opiniones ha peregrinado en general, por la misma senda de tributo a los nuevos aires de reformismo liberal que, al parecer, corren en la política canaria. Los más beneficiados por las políticas proteccionistas, clientelares y enemigas del desarrollo y de la integración de Canarias en la unidad de mercado aplicadas por Adán Martín cuando era consejero de Economía y Hacienda son, curiosamente, los que parecen más entusiasmados con la segregación de la izquierda liderada por Román Rodríguez , y también por el advenimiento de un nuevo reparto político y territorial: las AIC (Agrupaciones de Independientes de Canarias), facción moderada, pragmática y localista de CC, se queda con la provincia occidental (Tenerife, La Palma, Gomera y El Hierro), mientras que el PP se queda con Gran Canaria y Fuerteventura, y el PIL de Dimas Martín, con Lanzarote.

Durante su discurso de investidura en el Parlamento, Adán Martín señaló que la meta de su Gobierno será “crear las condiciones objetivas de la felicidad de los canarios”. Por si a su auditorio, poco familiarizado con la tradición liberal, le quedase alguna duda de que estaba bebiendo de la mismísima Declaración de Independencia de los Estados Unidos, origen de la Democracia liberal contemporánea, Adán Martín remarcó: “Fíjense que no hablo de procurar la felicidad de los canarios, sino de poner a su alcance las condiciones objetivas para alcanzarla”. Por supuesto, el análisis liberal no se compadece con la pretensión de objetividad de las condiciones de la felicidad. Esta sóla pretensión es objeto de la mayoría de los errores del socialismo que Hayek describe en La fatal arrogancia; pero, al menos, consuela que un gobernante con reputación de “planificador” se anime al fin a aplicar los principios de la sociedad abierta, aunque éstos sean una versión de hace más de doscientos años.

Pocos días después de este liberal discurso de investidura, se han conocido los últimos datos oficiales de recaudación del AIEM, ese arancel ignominioso y probablemente anticonstitucional que discrimina a los consumidores isleños, obligándolos a pagar las manufacturas importadas más caras del país, sólo porque éstas osan competir con la muy subvencionada industria local, cuyo peso en el VAB regional ronda el 7 por ciento. El AIEM, que se perpetró, según explicó en su día Adán Martín, no para recaudar, sino para proteger a la “frágil” y “costosa” industria ultraperiférica, ha batido récord de rendimientos durante el último ejercicio. Este arbitrio es una abominación fiscal netamente atribuible a la gestión como consejero de Asuntos Económicos de Adán Martín, que la diseñó de común acuerdo con la influyente patronal del sector industrial y consiguió que Bruselas mirase para otro lado y le diese el visto bueno. Los consumidores isleños no pueden esperar nada favorable a sus intereses de esta Comisión Europea, que tiene la desvergüenza de denunciar a Estados Unidos por los aranceles al acero mientras segrega de las condiciones del mercado único a una parte de sus ciudadanos. Por otra parte, recientes operaciones de concentración en el sector manufacturero local, como la absorción de la aceitera isleña Racsa por Koipe, o de la panificadora Eidetesa por Panrico, vienen a desenmascarar las verdaderas intenciones que albergaba buena parte del empresariado cuando presionó para que se blindasen sus industrias, aunque fuese a costa del bolsillo de los consumidores, que pagan la cesta de la compra más cara del país. La cosa, como se va viendo, no tenía nada que ver con el fomento de la actividad y de los puestos de trabajo.

¿Es Mauricio el consejero de Economía y Hacienda que necesita un Gobierno “de corte liberal”? José Manuel Soria, presidente del PP y artífice de la renovada alianza con CC, ha comparado a Mauricio nada menos que con Buchanan y con Modigliani, si bien es verdad que sus palabras tuvieron un acento irónico, al medir al hasta ahora portavoz en el Congreso con Román Rodríguez, que aspiraba al mismo puesto de consejero gubernamental. Esta vez sin ironía, Soledad Gallego-Díaz, directora adjunta de El País, vio en Mauricio a un heredero de Castelar, por sus supuestas cualidades como orador parlamentario durante el debate sobre el Estado de la Nación. Tal vez la misma periodista no acostumbra a leer la sección de Opinión de su propio diario, y por eso no aprecia los descarados refritos de doctrina y hasta de expresiones literales que Mauricio memoriza y luego transforma en églogas aduladoras a Aznar, siempre a la íntima hora de la medianoche. Como el huevo Humpty Dumpty, Mauricio carece de base o de tope. Está sentado en la tapia, es decir, ni dentro ni fuera. No se le conoce una sóla aportación intelectual al comunismo y al nacionalismo, por los que ha pasado; aparte de la intriga, la traición y la voladura de los partidos por los que pasa, en las que es un consumado maestro; no ha tenido jamás una alta responsabilidad de gestión como la que ahora recibe, y sin embargo, ha conseguido convertirse en el político más influyente y a la vez más impopular de Canarias, méritos que alterna con los del político canario más influyente en la corte de Aznar y, por el contrario, también el más reconocido por la Prensa nacional. Asimila las consignas del vademécum periodístico del progresismo en dosis lo bastante superficiales como para no provocarse una jaqueca, pero es capaz de transformarlas en un íntimo ambigú con Aznar, de estadista a estadista, que maravilla a los cronistas de la Prensa nacional por su aparente originalidad y moderación.

Mauricio, como Adán Martín, son productos típicos de la tierra, hijos del relativismo del envenenado lenguaje de las distintas variantes del nacionalismo. “Las palabras significan lo que yo quiero que signifiquen”. Y Alicia, todos nosotros, como recién caídos de una platanera.

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