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Víctor Gago

Un escritor, muchas vidas

Como Pessoa, Tabucchi finge ser otros para que lo inventado sea verdadero y lo ajeno se vuelva un signo universal de la comedia humana. Fue un escritor con talento y sensibilidad que, con frecuencia, voló bajo por el lastre del corsé ideológico

Antonio Tabucchi se tomaba la literatura como un trabajo para cambiar el mundo. La premisa fundamental de su actitud es que contar y leer historias es una forma de conocimiento, un saber singular que ayuda al hombre a adoptar elecciones morales. Al inventar otras vidas, el escritor multiplica la nuestra y amplía el campo de opciones para dejar de ser individuos ensimismados y empezar a obrar como sujetos ligados unos a otros por experiencias universales, como el asombro, el sufrimiento, el fracaso, el miedo, la belleza, la indignación, el amor, la traición, ... Uno de los personajes de su novela Sostiene Pereira, el doctor Cardoso, formula la teoría de la "confederación de las almas", según la cual, dentro de cada persona hay varias almas, una de las cuales predomina sobre las demás y responde cada vez que obramos "en conciencia". Se trata de un dominio inestable. Cualquiera de las otras almas de la confederación puede desbancarla, cambiando, así, el eje de las elecciones morales. Le ocurre a Pereira, el protagonista, cuando la policía del dictador portugués Salazar entra en su casa y mata a su amigo Monteiro Rosi. El alma temerosa deja paso al alma rebelde. La primera le inducía a no meterse en líos, no ver ni oír ni hablar, dedicarse a su trabajo de periodista de la sección de Cultura, añorar a su esposa fallecida. La nueva le dicta un artículo periodístico en el que denuncia al dictador culpable del asesinato de su amigo, a sabiendas de que publicarlo le costará huir y exiliarse. En el tránsito de un alma a otra, la literatura educa y predispone a hacer lo debido. La familiaridad con las vidas de la ficción acaba por familiarizarnos con las vidas reales y haciendo nuestro su destino.

Tabucchi creía, con Sartre, que las palabras son actos. La misión de la literatura es enmendar las imperfecciones de la realidad, no solo servir de consuelo o entretenimiento. "La literatura, como cualquier arte", dijo, "es una demostración de que la vida no basta". La experiencia individual como un saber precario que debe ser reeducado por las palabras de la tribu, a fin de formar lectores que son también activistas políticos: tal fue la latitud ética en la que se movió Tabucchi al escribir sus novelas más populares, como la citada Sostiene Pereira o La cabeza perdida de Damasceno Monteiro, pero que, afortunadamente, acertó a suspender en sus mejores novelas, como Nocturno hindú o Requiem, o algunos de sus cuentos, un género en el que alcanzó momentos de maestría, como se aprecia en volúmenes como La dama de Porto Pym, Plaza de Italia y Se está haciendo cada vez más tarde.

Fue un escritor con talento y sensibilidad para abrir la realidad e incorporarle la memoria, el sueño y las meditaciones de la experiencia moral, pero que, con demasiada frecuencia, se volvió artísticamente alicorto por el corsé ideológico que aprisiona sus tramas. De Pessoa, al que leyó más y mejor que nadie, al que tradujo y convirtió en el objeto de estudio que le procuró fama y reconocimiento internacional, creo que aprendió a ser muchos, a vivir las vidas que escribía. Como Ricardo Reis, como Alberto Caeiro, o como Álvaro de Campos, heterónimos del autor del Libro del desasosiego, Tabucchi finge ser otros ("El poeta es un fingidor", escribe Pessoa) para que lo inventado sea verdadero y lo ajeno, precisamente por serlo, se vuelva un signo universal de la comedia humana. Es significativo que Tabucchi insistiera en que Pessoa era un narrador que escribía historias en poemas. Inventarse poetas y darle a cada uno una voz y un mundo propio, como hace Pessoa, es, para Tabucchi, una estrategia propia del arte narrativo. Para Tabucchi, el otro (el personaje y su voz) es la fuente y el tema de toda historia. Escribir es aprender a escuchar la voz del otro como si sonara dentro, dice Eudora Welty. Y toda la obra de Tabucchi parece darle la razón.

Tabucchi fue un gran polemista, un fajador agudo y sarcástico de las causas viejas y nuevas de la izquierda. Bajo su aspecto físico de oficinista taciturno o resignado profesor de instituto, había un temible contrincante dialéctico. Fue la bestia negra de Berlusconi y, para una izquierda errática y atomizada en la arena parlamentaria italiana, Tabucchi era algo así como la conciencia siempre apremiante y desencantada. Aunque vivía en Lisboa, no dejó de estar presente en el debate de la política en Italia y en su vida cultural, de la que era una de esas figuras indiscutibles que existen en cada país. La Universidad de Siena fue su hogar profesional y académico: allí enseñó Literatura Portuguesa como catedrático. En España, un país que amó y del que admiró, sobre todo, a Cervantes, tuvo alguna que otra salida del tiesto. En un homenaje a Lorca, superó a Ian Gibson en manipulación y maniqueísmo sobre la historia de la Guerra Civil. Adoptó la nacionalidad portuguesa y concurrió sin éxito, desde el país vecino, en unas elecciones al Parlamento Europeo por el Bloque de Izquierda.

Con Umberto Eco mantuvo una polémica sobre el papel de la literatura en la sociedad. Tabucchi defendió, con vehemencia italiana, la tarea transformadora que debe llevar a cabo el escritor. Eco, por su parte, con un tono más irónico y septentrional, se mostró escéptico ante las posibilidades de éxito de tan alta misión. Y es que Tabucchi es, en buena medida, lo opuesto al autor de El nombre de la rosa: para este, la fábula debe mostrar las paradojas y misterios de la vida y, al hacerlo, procurar que el lector se asombre y se divierta, pero también se desengañe de las soluciones maniqueas a dilemas morales que son demasiado sutiles para la estrecha óptica de los discursos ideológios. Antonio Tabucchi, por su parte, es partidario de que el intelectual se arremangue y baje a la arena del debate político, no solo cuando habla como ciudadano, sino cuando escribe como inventor de historias. Sus referencias de la literatura actual en España eran Manuel Rivas y Enrique Vila-Matas, dos polos distintos pero que resumen muy bien la división de fuerzas que tiraron de este creador tan inteligente y culto como cegado por el prejuicio. El mundo de Antonio Tabucchi es un curioso eslabón, a veces luminoso y otras mediocre, entre Pavese y Calvino, Saramago y Borges. Descanse en paz.

Antonio Tabucchi, escritor, nació en Vecchiano (Pisa), en 1943, y falleció este domingo 25 de marzo, en Lisboa.

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