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Víctor Llano

Ahora en un Buick del 59

Aunque Fidel Castro autorizó las inversiones extranjeras el 15 de febrero de 1982, no fue hasta julio de 1993, tras la caída del bloque soviético, cuando se vio obligado a impulsarlas. Al principio de la década de los noventa las cosas se le pusieron muy feas. Al Máximo Líder no le quedó más remedio que compartir con unos pocos especuladores sin escrúpulos una pequeñísima parte de lo mucho que había robado. Ya nadie le pagaba con petróleo la sangre derramada por sus mercenarios en África. En 1993, no tenía nada que vender salvo trampas, prostitutas y esclavos a los que hizo pasar por trabajadores. Durante un tiempo, muchos aventureros que presumían de tener “una gran visión de futuro” corrieron a negociar con los correveidiles del coma-andante. En un principio, consideraron que podía resultarles provechoso coaligarse con Esteban Dido. Confiaron en que si invertían en la Prisión-grande le ganarían la posición a los estadounidenses, a quienes las leyes no permiten traficar con propiedades robadas. Quisieron “madrugar a los yanquis”, jugar con ventaja. Sin embargo, se equivocaron. Su anfitrión vivió más de lo que esperaban.
 
Según el semanario castrista Opciones, nada menos que 70 sociedades económicas que con capital extranjero operaban en Cuba, fueron disueltas el pasado año. A otras 60 se les ha abierto un expediente para cerrarlas en los próximos meses. A juicio del Ministerio de Inversión Extranjera y Colaboración Económica, “la depuración se sustentó en la falta de utilidad para los intereses económicos actuales del país”. Castro, que ha “depurado” a todos los que después de exprimirlos ya no ha necesitado, no iba a perder la oportunidad de “depurar” a los inversores que insisten en que les pague lo que les debe. No lo puede evitar. Está en su naturaleza. Más les valdría a los empresarios extranjeros no recordarle la deuda. No sea que el demonio les dé a los agentes del coma-andante por introducir cocaína en su maleta. En la Isla de las doscientas cárceles es muy fácil pasar de solidario colaborador a traficante de drogas o corruptor de menores. Mejor se callan, reconocen su error y aprenden para otra vez.
 
A pesar de que nada menos que 127.666 turistas españoles visitaron Cuba en el año 2003, el turismo español descendió en sólo 12 meses un 13,2%. Ahora la tiranía trata de que sean los chinos los que disfruten de las delicias de las jineteras. Pero nunca serán muchos. Sin los estadounidenses no podrán hacer que resulte verdaderamente rentable su oferta sexual. Lo hemos dicho en muchas ocasiones, el régimen comunista no duraría seis meses si se prohibieran las remesas de dólares que los exiliados envían a sus familiares rehenes de Castro. Mientras tanto, todo el que puede y tiene valor y fuerza para intentarlo trata de escapar del paraíso comunista. ¿Recuerdan ustedes a los famosos “camionautas” que pretendieron huir de Cuba en un Chevrolet? Dos de ellos -después de ser devueltos a La Habana por los guardacostas norteamericanos- lo han vuelto a intentar. En está ocasión en un Buick de 59. A las seis de la mañana de este martes, el carro, cuyo frente recuerda la proa de un barco, fue divisado al noroeste de La Habana moviéndose lentamente a unos cinco o seis nudos.
 
Después de más cuatro décadas de depuraciones, en Cuba existían dos carros que servían para algo. Uno era el Chevrolet que hundieron los guardacostas hace siete meses. Otro el Buick del 59 que lentamente trata de alcanzar las costas de Florida. Ojalá en esta ocasión a sus tripulantes les reconozcan su condición de víctimas de una tiranía. Tal vez los estadounidenses hayan reflexionado y, en vez de hundir el Buick, como hicieron con el Chevrolet, lo trasladen a un museo donde miles de personas admirarían con devoción la reliquia. Frente al carro-barco, serían muchos los que entenderían lo que significa resolver en Cuba. Y es que los cubanos no tienen libertad, ni comida, ni medicinas, pero aún después de 45 años de tiranía, son legión a los que les sobra el talento y el valor para intentar huir del “gran depurador” .

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