Blanco visitó a sus amigos

El número dos del PSOE abandonó la cárcel sin coincidir con un preso. Es lo que tiene amigar con los tiranos. Te pagan despejándote el camino, colándote por la puerta de atrás y publicando tu foto en su libelo favorito. Blanco lo agradecerá. Le avergonzaría tener que bajar la mirada ante las víctimas de sus anfitriones. Mejor no encontrarse con ellos. Mejor no correr el riesgo de que le reprocharan el favor que los socialistas españoles dispensan a sus verdugos. Mejor no arriesgarse a que alguna víctima de la tiranía le explicara por qué considera una infamia que el presidente del Gobierno español no renuncie a visitar a los que robaron todo lo que tenían a cientos de miles de españoles.

Nadie ha de sorprenderse. No fueron los disidentes cubanos los que invitaron al vicesecretario general del Partido Socialista Obrero Español. Le invitaron los socios de los carceleros. Los que invierten en la Isla de los cien mil presos, los que explotan a los esclavos que la tiranía les alquila como supuestos trabajadores, los que permiten que en sus empresas se trafique con los cuerpos de miles de adolescentes, los que compraron lo que Castro robó a miles de sus compatriotas.

Blanco puede sentirse satisfecho. Por encontrar encontró a un individuo que bendijo su desprecio por el sufrimiento ajeno. ¿Quién mejor que un cardenal? Según el Juan Bautista de Zapatero, el arzobispo de La Habana es un interlocutor entre la tiranía y la disidencia. No se puede mentir más en menos tiempo. ¿Cuántas víctimas nombraron a Jaime Ortega interlocutor entre ellas y sus torturadores? Si al cardenal le quedara algo de vergüenza ya habría desmentido a José Blanco. Y no lo desmentirá. Por eso le recibió. Se olvidó de que sólo la verdad le hará libre.

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