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Víctor Llano

Desnutrición severa y crónica

Hace tan sólo quince días, un empresario español –con el que nos comprometimos a no revelar su nombre– nos aseguró que se había arruinado en Cuba, que ya no confía en recuperar los millones de euros que le debe el régimen cubano y, que por no poder, no podía ni denunciar la deuda en tribunal alguno. A un colega suyo que presentó una denuncia con intención de exigir lo que le debían, se le “encontró” una gran cantidad de cocaína en el equipaje. Después de torturar y matar periodistas y disidentes, lo de robar y chantajear es lo de menos.

Sin embargo, a pesar de no poder pagar una sola de sus innumerables deudas, el régimen de los hermanos Castro insiste en organizar todo tipo de supuestos eventos internacionales. El gobierno de la Isla cárcel –que no es capaz de atender la más pequeña necesidad de la población– siempre ha dispuesto de miles de dólares para ponerlos al servicio de la propaganda. Para propagar mentiras y aterrorizar a los ciudadanos jamás les ha faltado dinero. No pasa una semana sin que aterricen en el aeropuerto de La Habana cientos de extranjeros invitados por el coma-andante. Cualquier pretexto le sirve. Cuando no es un festival de música, es una competición deportiva o un congreso médico. Pero por fortuna, son ya muy pocos los que se dejan engañar. El que defienda la robolución castrista después de 44 años de tiranía, o es un agente del régimen, o lo hace por miedo a que Castro revele algún secreto inconfesable, o es un cínico desalmado al que resulta indiferente el sufrimiento ajeno. Ya nadie puede creerse una sola de sus patrañas.

Por su interés, reproducimos varios fragmentos de un artículo de un pediatra salvadoreño que viajó a la Prisión-grande para participar en un congreso médico.

Una mirada a Cuba


Fui invitado por las autoridades de salud de este bello país con motivo de un congreso médico, perfectamente organizado por los galenos cubanos. En el congreso tuve la oportunidad de ver al legendario Fidel Castro, que ya no es más que los restos de lo que debe haber sido un fornido guerrillero.

Llegó fuertemente custodiado en su caravana de tres Mercedes Benz negros, exactamente iguales a los que utilizaba el General Pinochet. Casualidades de la vida, pensé. Vimos a un anciano vestido de verde olivo hablar confusamente en el foro por más de una hora sobre mil cosas, palabras sueltas sin mensaje alguno que se referían a la guerra de Irak, o a los mosquitos que causaban el dengue.

Como médico llegué a Cuba sabiendo que si bien allí no encontraría libertades, su sistema sanitario era uno de los mejores del mundo, ya que así lo reflejaban sus indicadores de salud. No sé que parámetros utilizan los políticos en Cuba, pero un niño que parecía de siete años, me contó que acababa de cumplir 15, adolescente que en sus pellejos traslucía una desnutrición severa y crónica.

Pedimos visitar una clínica y se nos llevó a un hospital turístico exclusivo para extranjeros, elegante e impecablemente limpio. Sin embargo, más tarde nos enteramos de que los hospitales públicos son paupérrimos y están más destrozados que nuestro Hospital Rosales. Son viejos, con colas eternas de gente esperando ser atendidas, escasos de medicinas y con un personal de salud exigiendo por debajo de la mesa algunos dólares extras a los pacientes. Un médico especialista cubano gana mensualmente la cuantiosa suma de 20 dólares al mes, cuando una botella de agua cuesta un dólar. Agua –que según nos advirtieron nuestros colegas– no se puede tomar del grifo por estar contaminada. Si todo esto sucede en La Habana, me imagino lo que pasará en las demás provincias.

Es cierto que en Cuba no pudimos ver mendigos harapientos, ni niños descalzos deambulando por las calles, pero sobran los viejos, jóvenes y niños que se acercan a los turistas en los restaurantes rogando por unas monedas o un pedazo de pan. Los turistas tienen acceso a los lugares creados exclusivamente para ellos, mientras los cubanos sólo pueden ser testigos pasivos de la buena vida que se ofrece al extranjero. Como me contó un taxista isleño con los ojos humedecidos por la rabia y la tristeza, “acá los turistas son los humanos y nosotros los extraterrestres”.


(Rodrigo Siman Siri. Médico Pediatra y columnista del periódico salvadoreño El Diario de Hoy)

Ya nadie se cree los indicadores de salud castristas. Después de 44 años de barbarie, los adolescentes cubanos de 15 años parecen niños de 7. No se les permite pedir en las aceras del paraíso comunista, pero en las puertas de los hoteles para extranjeros mendigan un trozo de pan.


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