La incontinencia verbal que sufre José Bono le llevó a un callejón sin salida. Ni su Gobierno ni su partido le consintieron que no diferenciara entre Castro y Pinochet. Al ministro de Defensa no le quedó más remedio que rectificar pocas horas después de recordar que tanto el tirano cubano como el ex tirano chileno son dos caras de la misma moneda. O no se había explicado bien o no le habíamos entendido. Ya lo suponíamos. El sentimiento de “repugnancia” que siente por un asesino como Pinochet no podía ser el mismo que el que siente por el coma-andante. Sólo así se entiende que invitara a los verdugos castristas a desfilar en Madrid.
Pero por mucho que el Gobierno se empeñe en justificar lo injustificable, son muchas las diferencias que hoy existen entre Pinochet y Castro y no precisamente a favor del cubano. Por fortuna, el militar chileno ya no mata ni tortura ni encarcela a mansalva. Es cierto que nadie puede negar que bajo su Gobierno se asesinó y torturó. Pero su tiempo pasó. No el de Castro. Tal vez por eso, son legión los miserables que le temen mucho más que los cien mil presos que se mueren en sus cárceles. Entre ellos, muchos liberticidas españoles a los que les consta que a sus años es muy poco lo que puede perder, que es un connotado chantajista, que ya recordó a Felipe González los crímenes del GAL, y que le resultaría muy fácil convencer a uno de sus huéspedes etarras de que asumiera como propias lo que sus compañeros califican como “acciones armadas del 11-M”.
Cualquiera que haya leído el último comunicado de ETA entenderá la no justificada referencia a la masacre de Madrid como un aviso a Zapatero. Incluso en el muy improbable caso de que los etarras no participaran en los crímenes de marzo, les consta que tienen en su mano el más terrible de los chantajes. Una confesión de parte pondría en muy serias dificultades al Gobierno y al PSOE. Castro lo sabe. Y Bono sabe que lo sabe. Además, no son los etarras los únicos que pueden amenazar con “largar”, otros muchos enemigos de España y de la libertad pueden servirse del chantaje, y no sólo desde Perpiñán o Estella, también desde Rabat, La Habana o Caracas.