A nuestro juicio, el chileno escribió en 1973 el mejor libro que se ha publicado sobre el régimen de Fidel Castro. Se trata de la novela Persona non grata. En ella narra las peripecias que padeció como diplomático en Cuba después de que en 1970 Salvador Allende le encargara abrir la embajada chilena en La Habana. Tras publicar este texto, la izquierda, casi siempre sectaria e intransigente, se volvió en su contra. Este lunes, el Premio Cervantes del año 1999 ha escrito un brillantísimo artículo para el diario chileno La Segunda. En el texto, titulado “El Caballo de Troya”, Jorge Edwards reflexiona sobre lo que puede ocurrir en Cuba cuando muera el coma-andante. El que fuera diplomático chileno no se atreve a aventurar un escenario post-Castro, pero recuerda las palabras que escuchó a un experto estadounidense, ensayista y profesor especializado en la materia. Por su interés, reproducimos un párrafo del artículo en el que –además de sus propias reflexiones– recoge las del analista norteamericano con el que parece coincidir:
“Según él, a Washington no le interesa ni puede interesarle una transición violenta, traumática, después de la desaparición del Comandante en Jefe. Por otro lado, considera que el enriquecimiento de personas colocadas en el interior del sistema es un hecho real y que podría tener consecuencias políticas mayores. Ocurre, por ejemplo, según este experto, que algunos generales bien situados en la jerarquía militar, cercanos al círculo de Raúl Castro, han llegado a controlar empresas importantes. Es posible que sean empresas del Estado, del área pública, pero esa capacidad de manejo económico entre las esferas más altas del ejército no es ningún detalle menor, no es un asunto desdeñable. Es posible concebir una transición cubana en la que estos sectores empresariales adquieran una importancia vital y entren en entendimientos con empresarios del exilio o de países como España, como México, quizás como Chile. Ya se perfila, aunque de un modo todavía nebuloso, una orientación futura de este estilo. Y se dice, dentro de este mismo tipo de reflexión, que Raúl Castro, el hermano, ¿el Gran Hermano?, es un dirigente mucho más frío, más racional y calculador, desprovisto por completo del aura emocional, carismática, que ha rodeado siempre a Fidel. De mi breve e intenso paso por La Habana sólo recuerdo un par de datos reveladores: Raúl Castro siempre recibía a la hora en punto y siempre tenía un escritorio ordenado, despejado, además de un papel con los puntos principales que se iban a tratar en la conversación. Me tocó entrevistarme con él para preparar la visita del buque escuela Esmeralda, y la impresión que tuve del personaje fue la que acabo de transmitir. La transición explicada por el experto, el politólogo washingtoniano, es, desde luego, una conjetura, una teoría, además de una especulación intelectual. Las transiciones después se disparan por cualquier lado y presentan toda clase de sorpresas. Pero el asunto, digo yo, a condición de que uno lo mantenga en su carácter conjetural, no deja de ser atractivo como elaboración. Y todos los fenómenos de la realidad comienzan en la mente humana”.
Es cierto lo que asegura el estadounidense amigo del escritor chileno, “a nadie le podría gustar aquí, ver a millones de cubanos que tratan de llegar a las costas de la Florida y que son repelidos por los marines, mientras las cámaras de la CNN filman el episodio. La escena del Caballo de Troya, sin duda, es menos escandalosa, menos chocante, más digerible para unos y otros, para tirios y troyanos, precisamente, que la del naufragio colectivo”. Después de cuarenta y cuatro años de tiranía, son muchos los que coinciden en que aun después de muerto, Castro continuará chantajeando a Estados Unidos. Por desgracia, tanto en Norteamérica, como en Europa, la suerte de los cubanos importó siempre muy poco. Tiene razón Jorge Edwards, “con respecto a Cuba y al castrismo, el mundo europeo, incluso a veces el más conservador, ha sido de una paciencia, de una condescendencia extraordinaria”.