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Víctor Llano

Un país destrozado

Si aciertan a crear una sociedad que respete las libertades individuales, la iniciativa privada y las reglas del estado de derecho, les resultará mucho más fácil recuperar los principios que la larguísima tiranía que sufrieron les llevó a abandonar.

Carlos Franqui presentó en Madrid su último libro: "Cuba, la revolución: ¿mito o realidad?". No puede ser más pesimista respecto al futuro de Cuba. Según el que fue director de Radio Rebelde y estrecho colaborador del régimen castrista hasta 1963, "el país está destrozado material, moral y espiritualmente". Franqui coincide con dos millones de exiliados que son conscientes de que a los rehenes de Castro no les queda más remedio que mentir, robar y prostituirse, si es que pretenden sobrevivir en la Isla de las doscientas cárceles. El escritor y periodista se culpa de haber contribuido a que sus compatriotas –por los que creyó luchar– no encuentren otro modo de ofrecer un plato de comida a sus hijos, "como participante en esa revolución destructora tengo una responsabilidad que mi conciencia no olvida ni un minuto".

Después de 47 años de tiranía, son los jóvenes los que más sufren los efectos de una robolución que sólo ha sabido ofrecerles miseria, propaganda y odio. Acierta Franqui cuando recuerda su desesperación, "en la juventud cubana hay un sentimiento de que vive en el infierno, de que nada puede hacer para cambiarlo y de que, por lo tanto, la única solución es marcharse". Él se marchó en 1968, y si bien es cierto que en un principio ayudó al triunfo de la gran patraña, desde el exilio siempre denunció los crímenes que degeneraron en la peor de las barbaries.

Dios quiera que Franqui viva más que los carceleros y alcance a comprobar que, a pesar de tanto horror, los cubanos fueron capaces de aprender a vivir en una sociedad en la que para "resolver" antes necesitaron tener principios y confiar en el esfuerzo, el sacrificio y el ahorro. Nadie les va a regalar nada. Pero si aciertan a crear una sociedad que respete las libertades individuales, la iniciativa privada y las reglas del estado de derecho, les resultará mucho más fácil recuperar los principios que la larguísima tiranía que sufrieron les llevó a abandonar.

Puede que el pesimismo de Fraqui esté más que justificado; en cualquier caso, después de tanto remar no vamos a resignarnos con morir en la orilla. Los jóvenes cubanos aprenderán a vivir en libertad. No hay mal que cien años dure. Ochenta va a ser que sí. No muchos más son los años que le quedan de vida al máximo líder de los multimillonarios. Los exiliados no pueden caer en la desaliento ahora que todo termina. Los que no pudieron escapar confían en que les ayuden a crear una sociedad libre y próspera. Queda todo por hacer. Lo primero, sacar de la cárcel a Óscar Elías Biscet y a cientos de disidentes que, como él, no perdieron la esperanza. Lo segundo, crear una comisión de la verdad que ayude a clasificar los crímenes del castrismo. Ojalá Carlos Franqui pueda formar parte de ella.

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