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Walter Williams

Una traición a la lucha por los derechos civiles

Las personas con esa visión de la vida tan tolerante lo que están diciendo en la práctica es que los negros no deben estar sujetos a los mismos patrones civilizados de conducta que los demás ni se debe esperar de ellos los mismos resultados académicos.

Van a ser instaladas cinco "mini-comisarías" de policía en las escuelas públicas de Detroit este año, principalmente debido a la afluencia de estudiantes procedentes de diversos institutos del lado oeste de la ciudad. Según un artículo de Detroit Free Press el 1 de septiembre, funcionarios de policía armados patrullarán los pasillos en un esfuerzo por contener la violencia.

A lo largo del curso escolar 2005-2006, los funcionarios abrieron 39.318 expedientes disciplinarios y presentaron 5.500 partes delictivos, y esto no incluye ni el absentismo ni los daños a la propiedad. Policías de uniforme y de paisano suben a los autobuses que transportan a los estudiantes a las escuelas y de vuelta a casa. El año pasado, según una información de junio de 2006 en el USA Today, la cifra de estudiantes graduados en las escuelas públicas de Detroit era de sólo el 21,7%, la más baja entre los 50 mayores distritos escolares de la nación.

Durante el curso lectivo 2003-2004, sólo 52 de los 92.000 centros públicos de la nación fueron etiquetados como "constantemente peligrosos", una designación de la ley No child left behind que da derecho a los estudiantes a acudir a un centro alternativo o "seguro". Filadelfia tenía 14 centros con esa etiqueta y Baltimore 6. El nivel de violencia en los centros de Filadelfia es tan elevado que cada instituto está equipado con detectores de metales en los accesos, cámaras de seguridad y un dispositivo portátil de rayos X que explora carteras y bolsos.

Filadelfia y Baltimore, al igual que Detroit, utilizan policías armados para intentar reducir la violencia escolar. Pero ésta, incluyendo los ataques a profesores y personal, no se restringe a los centros metropolitanos sino que también tiene lugar en los colegios rurales y de zonas residenciales. Sin embargo, el grueso de la violencia se encuentra en aquellos con un gran porcentaje de negros.

Uno no puede sino preguntarse qué ha pasado. Yo me gradué en el Instituto Benjamin Franklin en 1954. Franklin tenía posiblemente los peores resultados académicos de todos los institutos de Filadelfia y probablemente a los estudiantes de menos recursos de toda la ciudad. Pero lo que está sucediendo hoy en los institutos de Filadelfia habría sido inconcebible entonces. No había policías ni dentro ni en los alrededores de las escuelas, no se destruía gratuitamente la propiedad, no se escuchaban palabras soeces por los pasillos y el pensamiento más alejado de la mente de los estudiantes era insultar o atacar a un profesor.

Gran parte de lo que vemos hoy es el resultado de ideas disparatadas y de la tolerancia hacia los comportamientos propios de bárbaros. Kathleen Parker citó un ejemplo en su columna hace unos meses. Era el caso de la profesora Elizabeth Kandrac, que era insultada de manera rutinaria por los estudiantes negros del Instituto Brentwood de North Charleston, Carolina del Sur. Entre otras lindezas, la llamaban puta blanca, blanca gilipollas, blanca mamona o guarra. A pesar de sus frecuentes protestas, los funcionarios del centro no hicieron nada por detener los insultos. Le informaron de que estas palabras teñidas de racismo eran parte de la cultura de los estudiantes, y que si Kandrac no sabía lidiar con los insultos de los alumnos se encontraba en el centro equivocado. Kandrac presentó una demanda alegando que sufría de un entorno laboral racialmente hostil y el distrito escolar llegó a un acuerdo para pagarla 200.000 dólares por no llegar a los tribunales.

Las personas con esa visión de la vida tan tolerante lo que están diciendo en la práctica es que los negros no deben estar sujetos a los mismos patrones civilizados de conducta que los demás ni se debe esperar de ellos los mismos resultados académicos. Es una idea repugnante. Le garantizo que, hace años, una tontería semejante no se habría tolerado, y cualquiera que se hubiera dedicado a fabricar excusas para el comportamiento bárbaro de los estudiantes negros habría sido considerado un lunático.

Lo que se viene permitiendo en los centros escolares predominantemente negros es una traición a la lucha de las generaciones anteriores, pagada con sangre, sudor y lágrimas, por hacer posibles las oportunidades de educación que durante tanto tiempo les fueron negadas a los negros y que se malgastan hoy rutinariamente. Los negros que vivieron esa lucha y que ya no están con nosotros no habrían creído posible una traición semejante.

Y la culpa es suficientemente grande como para poder repartirla entre todos: estudiantes que son hostiles al proceso educativo, padres a los que no les importa y unestablismenteducativo y unos políticos que se han acomodado y han excusado esta tragedia de la educación negra.

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