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Zoé Valdés

Dos niños fajados por un juguete: la República francesa

Prefiero las canas de Sarkozy a juego con su traje gris al teñido chapucero de Hollande. ¿Se imaginan que tengamos que pagar con nuestros impuestos a un peluquero para que cada vez que le salga un pelo blanco se lo tape con un brochazo de tinte?

A estas alturas no sé si el debate que yo vi es el mismo que vieron la mayor parte de los periodistas franceses, porque después del Debate Hollande-Sarkozy, como era de esperar, en este país que se decide todo en los debates, hasta para escoger un cruasán en una panadería se debate, se abrieron los debates acerca del Debate. Debates todos partidistas, donde cada uno de los participantes no le concede, ya sea por elegancia, el más mínimo reconocimiento al candidato adversario.

¿Qué me pareció el Debate? Una fajatera de dos niños por un juguete: la República Francesa. ¿Qué pienso de los periodistas que animaron el debate? Aparte de que las preguntas estaban preparadas de antemano, cosa que ocurre en eventos como éstos desde hace décadas, sus dudas formuladas no aportaban nada novedoso de lo que se ha estado discutiendo hasta ahora. Bien pudieron salirse un poco del programa, y ser lo que verdaderamente son: periodistas; porque sólo moderaron como dos réferis o árbitros en una discusión bastante áspera que duró dos horas y media.

Dos horas y media después, aparte las emisiones televisivas, los periódicos se guiaban por los comentarios en las redes sociales. Patético, así es el mundo en el que vivimos. Las pautas las dan los tuiteros, no los periodistas, y es que los periodistas apenas existen, ahora son los pigistes, salidos de la nada, o de tuiter, pagados poco puesto que piensan menos. ¿A quién le importa que piensen si nadie piensa?

Ninguno de los dos candidatos estuvo a la altura deseada por una audiencia que se mantuvo pegada a la tele hasta el final. Sin embargo, los que se esperaban a un soso habitual como lo es Hollande se encontraron un personaje que no encaja en él mismo, una especie de arrogante, mal educado, que interrumpía a cada momento, que mentía con las cifras, y que se escabullía cada vez que su rival quería extraerle una explicación menos glamurosa dedicada a los socialistas. Como si los de márquetin le hubieran exigido que se mantuviera entre el pitbull y el rotwailer.

Frente a un contrincante semejante Sarkozy no supo crecerse, se le vio demasiado a la defensiva, molesto por la cantidad de rectificaciones y puntualizaciones que tuvo que imponer ante las acusaciones despreciativas de Hollande, y volver a explicar lo ya explicado. Sarkozy es un político que viene de muy lejos, bien mechado, por lo que le agrada tener a un verdadero político delante, a uno de su estatura. Él mismo lo dijo, o alguien al final lo señaló, mientras él se comportó como un candidato a la presidencia de Francia, Hollande se redujo a un candidato de un cantón, de La Corrèze, donde siempre ha gobernado. Hollande pese a su intento por dirigirse a todos los franceses, se dirigía más bien con su melodía dulzona a los tímpanos de los socialistas. 

¿Las propuestas? Sarkozy hizo las mismas de siempre, las que lo han conducido a las incomprensiones que hoy se ve obligado a afrontar, sólo que el país ya no está al borde de la crisis como hace cincos años, ya está en la crisis misma. Las de Hollande son en su gran mayoría propuestas vacías, gran cantidad de ellas no las podrá cumplir, no salen de la clasificación promesas y palabras al viento, con la cantilena fija de seducir a un público que está más que seducido, está enajenado, no por él, sino en contra del otro.

Si tuviese que escoger por uno de los dos, lo que será el caso el domingo próximo, vacilaría, pero no ante la inseguridad que me brinda Hollande, sino ante la continuidad de una política que, puesta en marcha por Sarkozy, no sabría cómo la relanzaría con un gobierno que no apunta a tener a un templado Fillón como Primer Ministro, lo que era sin duda alguna una garantía. Sin embargo, ante la parafernalia en forma de letanía de Hollande de "si yo fuera presidente haría esto, si yo fuera presidente haría esto otro, si yo fuera presidente tal y más cual..." prefiero sin dudar un instante el discurso fluido y sincero de Sarkozy que admite que se ha equivocado en múltiples ocasiones, su manera de asumirse y de contenerse, su naturalidad, y su performance como presidente de los franceses, y como presidente de Francia hacia el mundo.

En cuanto al look, del que tanto se ha hablado, prefiero las canas de Sarkozy a juego con su traje gris, al teñido chapucero de Hollande. ¿Se imaginan que tengamos que pagar con nuestros impuestos a un peluquero que se desplace con el presidente a cada acto, en cada viaje, para que cada vez que le salga un pelo blanco se lo tape con un brochazo de tinte? Terrible, ¿no? Aunque ya sé, hay cosas peores.

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