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Zoé Valdés

Los intelectuales y el compromiso

¿Quién les dijo eso, quién les ha metido en la cabeza que si eres cubano y eres artista no deberías manifestarte políticamente porque eso dañaría tu obra o mermaría el impacto de tu escritura?

¿Qué habría pasado si Elie Wiesel, Hannah Arendt, Jean-Paul Sartre, Primo Levi, Marguerite Duras, Albert Camus, y tantos otros intelectuales y artistas no se hubieran comprometido políticamente con el porvenir de la humanidad durante y después de la Segunda Guerra Mundial? ¿Qué nos quedaría sin los grandes testimonios, directos o indirectos, dolorosos, realistas, o líricos, que nos entregaron a través de sus obras? ¿Qué hubiéramos sabido de la experiencia de personas que tuvieron que sufrir bajo el fascismo y bajo el comunismo vivencias estremecedoras y que luego tradujeron a través de sus escrituras esas épocas tormentosas de sus existencias como fue el caso de Sándor Márai y de Herta Müller?

Hoy mismo, sin ir tan lejos, mientras Francia se prepara para las próximas elecciones, muchísimos escritores que presentan libros o cantantes de rap o de rock que presentan discos hablan y opinan de política, se expresan sobre sus preferencias políticas, e incluso hacen política, porque varios de ellos son diplomáticos u ocupan una función en el gobierno, como es el caso de Stéphan Hessel. André Malraux y Jorge Semprún fueron ministros de cultura de Francia y España. En la actualidad, Jorge Edwards es embajador de Chile en Francia, recordaremos que en su juventud acompañó a Pablo Neruda en su estancia diplomática en La Habana. Neruda, quien escribió un olvidado o bien escondido texto alabando al presidente Fulgencio Batista, y luego alabó a los barbudos, hasta que se quedó medio callado, por desencanto sin duda. Mario Vargas Llosa, Premio Nobel, hizo política en su país y se presentó como candidato a la presidencia. Gabriel García Márquez ha sido el escritor que más presidentes y dictadores de izquierdas ha frecuentado, y entre sus amistades se pueden contar más los políticos que los intelectuales. Su obra periodística es una obra absolutamente politizada.
 
La escritora Arundhati Roy, autora de una de las novelas más bellas que he leído, El dios de las pequeñas cosas, es una intensa activista política en su país. Salman Rushdie ha tenido que vivir bajo la tensión de una permanente amenaza de muerte impuesta por los islamistas a raíz de sus Versos satánicos, sus declaraciones políticas y religiosas aparecen en casi todas las intervenciones que hace cuando presenta sus libros.
 
Recuerdo haber estado con cineastas, escritores, pintores, músicos, de todas partes del mundo, en eventos de gran escala, como ha sido recientemente con Marjane Satrapi donde hemos hablado de las realidades de nuestros países, aunque ella lo había hecho ampliamente a con su película Persépolis. Y he leído poesía junto a Taslima Nasreen, la autora de Lajja, también amenazadade muerte por la Sharia, en la Maison de la Poésie de Paris.
 
Lars Von Triers es uno de los que jamás deja de soltar su vitriolo comunista, o su simpatía por los nazis, depende de cómo tenga la bilirrubina, como hizo en la última edición del Festival de Cannes. E incluso, cuando últimamente declaró que no haría nunca más declaraciones políticas, con esa expresión y con su silencio ya estaría haciendo un gesto político: el de callarse.
 
Cuando se aceptan entrevistas para hablar del arte y de la política, y de si el arte debe ser político o no, o del compromiso político, ya en esa aceptación podemos apreciar una posición política, y no artística a secas.
 
El artista chino Ai Weiwei jamás ha rechazado manifestarse políticamente; de hecho, en sus últimas apariciones públicas o performances artísticas ha sido la política y la protesta en contra del régimen chino lo que ha prevalecido como discurso artístico.
 
Yo verdaderamente no entiendo por qué razón siempre se le hace la pregunta a los escritores y artistas cubanos si el arte debe ir emparejado con la política, y si ellos no encuentran que la política daña al arte. ¿Quién les dijo eso, quién les ha metido en la cabeza que si eres cubano y eres artistas no deberías manifestarte políticamente porque eso dañaría tu obra o mermaría el impacto de tu escritura?
 
Les voy a decir de dónde salió esa estupidez tan grande, ese tremendismo inculto, esa trascendencia tan anémica y hasta ridícula, pues eso salió del Consejo de Estado Castrista. Es ahí donde también han inventado que los artistas exiliados tenemos mucho odio dentro, que los artistas y escritores que hablamos de política lo hacemos porque nuestro arte no es válido y no tenemos nada que decir desde el punto de vista artístico, y que mejor no hablar de política para que nuestro arte no se ensucie o se contagie con no sé qué... Foutaises!
 
Que algunos artistas dentro de Cuba todavía piensen de ese modo puede ser perdonable, aunque estemos en el siglo XXI y los ejemplos sobran de lo contrario; pero que todavía artistas exiliados se pongan que si el arte debe estar separado de la política me parece de una falta de cultura extraordinaria, cuando incluso ellos mismos se han ido acercando cada vez más a la política entre otras cosas para que su arte y su obra sean reconocidas.
 
Pero ese prurito del artista cubano que no debe estar comprometido políticamente no sólo salió del Consejo de Estado, salió también de algunas editoriales, galerías, e instituciones europeas, y hasta norteamericanas, e incluso de traductores y hasta de toda esa cantidad de intermediarios de izquierdas que la cultura y sus engendros de sistemas nos imponen y debemos padecer. Un editor puede incluso vetar un cuento en una antología por ser demasiado político –o sea en contra del castrismo- pero aceptar todos los demás cuentos por ser esencialmente procastristas, ¿no es eso político? Los escritores de dentro de Cuba son más fiables para algunas casas editoriales porque, según ellas, esos escritores sí cuentan la verdad sobre Cuba. Esa verdad sobre Cuba es la que ellos quieren oír, la procastrista. La otra no es la verdad para ellos. Sin embargo, si un escritor chileno viniera a contarles lo bien que vivió con Pinochet, no lo aceptarían, porque ése sí que no contaría –para esas mismas editoriales- la verdad sobre Chile, aunque jamás se hubiera exiliado.
 
Y así pasa con todo, con las casas disqueras, con las galerías de arte que no aceptan pintores cubanos del exilio, sólo de la isla, aunque pinten con cagarruta de chivo. Así es porque así hemos permitido que sea con nuestras propias dudas e imposturas, y las fragilidades individuales, que nos impiden creer hasta en la propia obra que hemos hecho, porque cuando desde la primera estrofa de una canción ya estamos escuchando conceptos políticos o politizados entonces hemos compuesto una canción con contenido político y debemos asumirlo sin ningún tipo de complejos. Es tan sencillo. Todo es político, porque somos seres humanos y ciudadanos que vivimos estructurados bajo una polis. La creación es un acto de libertad frente a esa estructura, un acto de evasión, y hasta quizá de enajenación, lo que ocurre en el momento en que creamos, pero una vez terminado el proceso, tanto la obra, como su autor vuelven a separarse en dos significados no tan distintos asociados a la sociedad, compenetrados con la política, y sobre todo, comprometidos con la libertad, cualquiera que ésta sea: artística, social, política.

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