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Lucrecio

Electos y selectos

Y eso los dirigentes de ETA lo entienden mejor que nadie. También ellos son profesionales. Conocen bien el drama que se juega en la continuidad del cargo. También ellos son un funcionariado

La paradoja: en política, arcaísmo e hipermodernidad no se excluyen. ETA. Como paradigma de esa monstruosa amalgama.
 
Nada, más arcaico que su ideario, su retórica, sus folclores. Aun la concepción técnica de sus usos militares, es eficaz sí, mas anacrónica: nada que ver ni con la alucinada explotación teológica de la telemática, propia a esa especie de mística digitalizada que es la de los degolladores de Alá; ni con la cursilería de las guerrillas virtuales del subcualquiercosa Marcos. ETA es tradicional (el término más propio sería tradicionalista) hasta el aburrimiento: jerga política estaliniana (la “lengua de madera” de la que hablan los franceses), providencialismo histórico levemente laicizado, guevarismo urbano que arraiga en el más rancio clima de guerra fría.
 
Hipermodernidad. También. En algo que es crucial. Lo que salta estos días a los titulares. La concepción del político –por encima de determinación social o ideológica– como casta separada. Y la fraternidad universal –que en nada alteran posición social o ideología– entre quienes habitan ese mundo aparte. Es una aportación específica del último tercio del siglo XX: lo político como cerrada secta de los que saben; los dueños de una red privada de claves, que excluye como peligrosos a todos los no iniciados. Grupo cerrado y autorreproductivo (vean las listas de parlamentarios y senadores españoles en los últimos 25 años y calculen su índice de variabilidad; se llevarán sorpresas). Autista. Secta (a su vez dividida en intra-sectas en competencia o conflicto, letal a veces) cuyos miembros no poseen otro modo de vida que el que da la pertenencia al selecto club de los elegidos. Ni, en la mayor parte de los casos, otro saber u oficio con que ganarse la vida. Con que ganar un sueldo equivalente al que en el club perciben, apenas unos pocos.
 
Y eso los dirigentes de ETA lo entienden mejor que nadie. También ellos son profesionales. Conocen bien el drama que se juega en la continuidad del cargo. También ellos son un funcionariado. De la revolución, allá donde los otros lo son de la estabilidad del Estado. Pero el Estado es modelo sobre el cual el partido de la revolución se calca. Siempre. Una fraternidad de fondo se acaba necesariamente por tejer entre los pocos “que saben”. Imaginemos a Txomin y Rafael Vera frente a frente: Estado frente a terror, crimen frente a crimen; ésa es la gran metáfora de la política moderna.
 
Y entre iguales –aunque se odien, aunque atisben el momento de matarse– una complicidad metafísica exige siempre líneas de acuerdo. Acerca de la mutua supervivencia:
 
-Yo no te mataré, colega electo. A cambio, tú no me matas.
 
¿Los demás? No son del club. No existen.

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