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EDITORIAL

Annan y la absurda equidistancia

La ONU, muy en su línea de prestar apoyo a toda ralea de totalitarios, está proporcionando con su política miope y parcial un valioso balón de oxígeno a los terroristas.

Aunque el secretario general de Naciones Unidas se pasee por Beirut como emisario de la paz, lo cierto es que en el Líbano no hay paz. Ni la hay ni la habrá mientras no se solucione el problema de fondo y los países árabes de la zona aprendan a convivir pacíficamente con el estado de Israel. El acuerdo de alto el fuego de hace dos semanas es un simple aplazamiento al reinicio de las hostilidades que, más pronto que tarde, volverán a desatarse en la región.

Por ahora el único que ha hecho intención de respetarlo ha sido Israel, que retiró obedientemente sus blindados del sur del Líbano. Los terroristas de Hezbolá, por el contrario, se mantienen en sus trece. Ni han mostrado propósito alguno de desarmarse, ni han devuelto a los soldados israelíes cuyo secuestro originó la guerra ni, naturalmente, han desistido de su plan supremo: echar a los judíos al mar y borrar del mapa a Israel. Y esto no son interpretaciones libres de un conflicto lejano sino hechos consumados y manifestaciones recientes de los líderes de la banda armada.

Que con un panorama semejante aterrice Annan en Beirut para pedir concordia situando en el mismo plano a agresores y agredidos suena, cuando menos, chocante. Porque la guerra que se hizo dueña de los informativos de todo el mundo este mismo mes no fue provocada por Israel, sino por los islamistas radicales de Nasralá, un infame criminal cuya única profesión conocida es la de terrorista. Esta, aunque tras varias toneladas de desinformación suene extraño, es la cruda realidad.

Israel actúa a la defensiva. Procura mantener el norte de su país libre de incursiones terroristas y de arteros ataques con misiles Katyusha sobre la población civil. El único modo que ha encontrado para su propia salvaguarda es blindar literalmente esa frontera desde hace años. La última y más reciente medida ha sido el bloqueo naval sobre el Líbano, que se  mantendrá hasta que Hezbolá sea desarmada. Como eso no parece posible, especialmente porque los terroristas no quieren entregar las armas, el bloqueo ha de permanecer por una cuestión de simple supervivencia.

La ONU, muy en su línea de prestar apoyo a toda ralea de totalitarios, está proporcionando con su política miope y parcial un valioso balón de oxígeno a los terroristas. Primero, por forzar un alto el fuego a sabiendas de que Hezbolá no iba a cumplir de ningún modo su parte del acuerdo. Y segundo, por tomar a un grupo de fanáticos asesinos como elemento legítimo en el conflicto.

No existen soluciones mágicas para devolver la paz a una región devastada por la guerra desde hace tantas décadas. Lo que si existe, y eso la ONU debería saberlo, es un pequeño país democrático y próspero, respetuoso con las libertades y los derechos de la minorías, que vive cercado por teocracias y dictaduras militares y al borde del infarto por culpa de un terrorismo que no cesa. El día que los estados vecinos y los terroristas islámicos respeten la existencia de Israel el conflicto se habrá acabado porque el pueblo israelí sólo quiere vivir en paz. La ONU debería fijarse más en quien porta la bandera de la democracia y en quien trata de encontrar una salida al problema, que en ejercer de padrino de los que aborrecen de lo uno y matan a diario para que nunca llegue lo otro.

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