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Agapito Maestre

Rodríguez en Alcorcón

Rodríguez "de" Alcorcón mostró su auténtica cara. Estamos ante un "pequeño" dictador. Estamos ante un político totalitario. Estamos ante alguien que niega la esencia de la democracia: el debate. Ya no usa la palabra diálogo.

La violencia en España lo ocupa todo. Las víctimas se rebelan civilmente contra esa violencia institucionalizada, pero los medios le prestan poca atención antes y después de la manifestación de Sevilla. Casi todos están ya al servicio del poderoso. En ese contexto de violencia callada contra las víctimas, Rodríguez va a Alcorcón para amenazar. Su "mitin" de Alcorcón causa pavor. Sus palabras traen miedo por todas partes. Él lo sabe. Él lo quiere. Lejos quedó el tiempo de la persuasión para este señor de Alcorcón, a él le basta con la intimidación. Él impone que no haya oposición.

Juega fuerte. No, no, no es cobarde. Sólo ventajista. Yo lo espero. Está en el bando de la destrucción. Los otros, los medios, los jueces, la policía, el ejército, las instituciones, sí, lo que queda de instituciones "pseudo-democráticas" lo respaldan. Lo siguen. Trae a Garzón de EEUU. Silencia a los disidentes, por decir algo, de su partido. Manda a la caverna a quien le apetece. Él se sabe, se siente, respaldado por el brazo fuerte de Caín. Fue a Alcorcón a asustar a los muertos, a las víctimas de ETA y también a las del 11-M. Fue a Alcorcón a reventar el acto de rebelión cívica de Sevilla, pero no lo consiguió. Y de paso, así es de trapacero el personaje, arremetió contra la oposición.

Rodríguez "de" Alcorcón flotaba respaldado por la violencia. La sangre de los españoles caídos sólo eran números, estadística, pura abstracción para este político sin escrúpulos, que seguramente ya habría firmado la independencia del País Vasco, si no fuera porque esa misma sangre lo retiene. No oía, no quería oír, los testimonios de las víctimas concretas. Parapetado en su policía "política", en sus jueces "políticos", en su partido "político", en su programa totalitario de hacer coincidir su "verdad" con la de los jueces y los "científicos", Rodríguez niega la vida, la falta de vida, concreta y singular. No quiere oír hablar de la muerte concreta del guardia civil Indiano, o del matrimonio Jiménez-Becerril, o de cualquier otro. Él sólo habla de la muerte en abstracto. Todo para este sujeto está sometido a ideología. La abstracción le impide ver la vida, la vida lesionada, de miles de seres humanos que no están dispuestos a seguir muriendo por el terror y viviendo de rodillas ante el asesino.

Rodríguez "de" Alcorcón mostró su auténtica cara. Estamos ante un "pequeño" dictador. Estamos ante un político totalitario. Estamos ante alguien que niega la esencia de la democracia: el debate. Ya no usa la palabra diálogo. Él lo ha remplazado por la mera polémica. Ya ni se refiere a las víctimas del terrorismo. Las ignora o las maltrata. Ya no se dirige únicamente a sus correligionarios, partidarios y simpatizantes, sino a los votantes de la oposición para que desoigan las políticas democráticas de la oposición. Ahí está el mejor Rodríguez, oponiéndose a nombrar las cosas por su nombre, proyectando sobre sus adversarios sus maldades. No soporta que la oposición sea oída y la estigmatiza. Quiere ser solo. Este hombre no ha perdido el juicio, sino que ha saltado todas la barreras de la política democrática.

Pero ni siquiera esa plática totalitaria consiguió hacernos olvidar que el domingo sólo hubo un acto cívico, político, en toda España. Lo protagonizaron los muertos, los caídos, las víctimas de la democracia. Sin sus historias concretas, sin sus testimonios, recogidos el domingo en Sevilla, los ciudadanos de España no seríamos nada. Al lado de las víctimas, toda la verborrea de Rodríguez "de" Alcorcón es miseria de alguien que no entiende que los muertos de España, los muertos de la democracia, los asesinados por el terrorismo no dejan respirar normalmente a los políticos, especialmente a los políticos cobardes, que juegan con la sangre derramada para mantenerse en el poder.

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