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Cristina Losada

Bocazas Ibarra

El bellotari actúa exactamente del modo que le reprocha al director del diario El Mundo: "dice lo que quiere todos los días y es inmune y nadie va contra él". Y más aún: "se le permiten cosas que a los demás ciudadanos no se le permiten".

Por la boca muere el pez, y si hubiera peces de secano, Rodríguez Ibarra sería uno de ellos. Cada vez que abre la suya, no sólo despide bilis contra quienes él reputa como adversarios o enemigos, condición que está regida por la veleta de un cobarde oportunismo: de archicrítico de Carod Rovira pasó a amigarse con él en aquel frutal programa de televisión que pastoreó sin éxito Julia Otero. Es que, además, sea por incontinencia verbal, por intencionalidad oculta o por ambas, sus imprecaciones se vuelven un arma de doble filo.

Así ocurre con aquellas declaraciones, en 2004, que recupera en su blog Luis del Pino, en las que aseguraba que la detención de la furgoneta de Cañaveras, con dos etarras y 500 kilos de explosivos, era un montaje del PP. O sea, un invento para hacer creer a la gente que ETA preparaba un gran atentado en Madrid y perjudicar de ese modo electoralmente al PSOE. Recuérdese el contexto: ello ocurría tras la fraternal charla de Carod Rovira, socio privilegiado del PSC, con Ternera en Perpiñán. Pues bien, la salida de Ibarra, extraña incluso en él, despide curiosos y siniestros destellos al contemplarse bajo la luz que arroja todo lo que hoy sabemos sobre los "montajes" que precedieron y sucedieron al 11-M. Y es que, en efecto, montaje pudo haber: el de una trampa para que el Ministerio del Interior se lanzara a culpar a ETA de la masacre de Atocha y quedara como mentiroso en los pocos días que faltaban hasta la cita con las urnas.

Oyera campanas el extremeño o se le ocurriera a él solito lo del montaje, ¿cómo pudo atribuirle a un Gobierno, sin prueba alguna que lo sustentara, la "fabricación" de la detención de unos terroristas con cargamento letal? Ibarra puede, porque le da la gana. Porque el bellotari actúa exactamente del modo que le reprocha al director del diario El Mundo: "dice lo que quiere todos los días y es inmune y nadie va contra él". Y más aún: "se le permiten cosas que a los demás ciudadanos no se le permiten". Tal vez hizo el canelo, para variar, el Gobierno de entonces, por no requerir de quien ocupaba un cargo institucional que demostrara su acusación o se retractara ipso facto. Pero vivimos en un país donde la consejera de Interior de la Generalidad afirma que el gobierno ha intentado dar un golpe de Estado y no pasa nada, oiga.

Ibarra, que se cree inmune y quizá lo sea; no está para dar cuentas, sino para pedirlas. Y sus maneras son muy reveladoras de cómo entienden las meninges de este viejo socialista la democracia y las libertades y derechos que han de acompañarla para que no sea una cáscara vacía. Es una constante que los dirigentes del PSOE identifiquen y reduzcan la democracia a la regla del gobierno de la mayoría, y eso cuando le resulta favorable, y que todo lo demás les sobra si obstaculiza sus planes. Pero pedir que "terminen con él de una vez", refiriéndose al director de un periódico, nos trae a la memoria escenas de la peor tradición socialista, empezando por la amenaza de Pablo Iglesias de recurrir al atentado personal contra Maura, quien, por cierto, lo sufriría días después. ¿A qué llama Ibarra? ¿Al asesinato civil? ¿De nuevo? A la censura, por supuesto. Si pudiera, mañana cerraba la prensa desafecta, la que publica informaciones sobre el 11-M, que es el grano que más le duele. En fin, podía haberse limitado a desmentir la información, pero su ataque desmesurado y grosero contra los medios volverá a tener, como aquella carta que le publicó el ABC, más de una lectura. Y, ojo, señor Ibarra, no se meta en el mismo saco que la jueza Le Vert, que la aparición de su nombre en esta historia se debe a la bocaza del secretario de Organización de su partido.

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