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Carlos Rodríguez Braun

Salvaje pasado

Lo que hace el crecimiento prácticamente siempre, y ahora también en China, son tres cosas. Primero, responder rápidamente a los incentivos, por pequeños que sean. Segundo, sacar de la pobreza a muchas personas. Y tercero, aumentar la desigualdad.

Pablo M. Díez, corresponsal de ABC en Pekín, escribió que China "hoy se ha rendido al capitalismo más salvaje". Un titular rezaba: "El explosivo crecimiento chino se muestra incapaz de frenar la desigualdad social".

El salvajismo es predicado siempre del capitalismo y nunca del socialismo. Esto debería de entrada haber servido de advertencia a don Pablo para que no incurriera en tópicos. La idea que se desea transmitir es la de un sistema anárquico, sin reglas ni orden. Es evidente que lo que sucede en China está lejos de ser así: no está claro en qué medida es capitalista cuando, por ejemplo, la tierra está en manos del Estado; pero el grado de salvajismo del régimen allí imperante no tiene que ver con el capitalismo sino con la dictadura socialista que somete a los chinos desde 1949.

Otro timo del pensamiento único es que la desigualdad económica, ahora llamada "social" para que resulte más emocionante, es mala y es producida a medida que aumentan los grados de libertad o se aflojan los de esclavitud. Lógicamente, la conclusión es que los políticos tienen que "hacer algo" para "luchar" contra esa desigualdad, lo que se traduce en más controles y más impuestos. Curiosamente, ni el señor Díez ni nadie parece pensar que la desigualdad no sólo no es mala sino que es condición del progreso: cuanto más atrasada fue la humanidad más igualitaria era la economía, porque más personas vivían simplemente al borde de la subsistencia.

Lo que hace el crecimiento prácticamente siempre, y ahora también en China, son tres cosas. Primero, responder rápidamente a los incentivos, por pequeños que sean. Segundo, sacar de la pobreza a muchas personas. Y tercero, aumentar la desigualdad. La corrección política sólo se fija en esto último, porque su predisposición antiliberal le impide atender a lo primero y lo segundo.

Si el presente es poco edificante, el pasado no reconforta. En la serie de antiguas portadas que publica El País veo este titular de enero de 2002: "Los ciudadanos reciben el euro con euforia... y sin apenas manifestaciones de duelo por la muerte inminente de las divisas nacionales". En ninguna parte de la entusiasta portada se puede leer la característica más importante de las monedas, y que el euro comparte: ¡son obligatorias!

Dirá usted, las tonterías son cosas de la izquierda. Lo siento, tengo malas noticias. En esas fechas, no muy lejanas, proclamó Josep Piqué, ministro de Asuntos Exteriores, esta gansada políticamente correcta: "No queremos la Europa de los mercaderes". O sea que el diario de izquierdas ignora lo que es obligatorio, y el ministro de derechas desdeña lo que es voluntario.

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