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Antonio Robles

Pedagogía totalitaria

Eso es el pensamiento único nacionalista. Son incapaces de asumir la diferencia. El más mínimo vestigio de pensamiento crítico se etiqueta como déficit de pensamiento, como incapacidad para llegar a entender la Verdad absoluta.

Estos últimos días, inesperadamente convulsos, me empujan a plantearme, una vez más, el sentido último del proyecto de Ciudadanos.

Vuelven los nacionalistas catalanes a dibujar su particular contribución al mito del eterno retorno. Es una de sus constantes más recurrentes, la pedagogía. La imperiosa necesidad de "hacer pedagogía" ya obsesionaba al joven Pujol, abrumó a Maragall y se convirtió en auténtica obcecación para los ponentes del nuevo estatuto. Últimamente vuelven con lo mismo. Es su peculiar mea culpa. Cuando dan con alguien que no se nuestra dispuesto a sumergirse en su ilusión de unanimidad, cuando dan con alguien con criterio propio y con la voluntad de no dejarse sumergir en su universo de tópicos y falsedades, la reacción del nacionalismo oficial siempre es la misma: hacer examen de conciencia y reconocer humildemente que "no hemos sabido hacer pedagogía".

El problema, para ellos, se reduce al hecho de no haber sabido ser lo suficientemente competentes en las estrategias pedagógicas. Si discrepo, es que no han sabido transmitirme correctamente su proyecto. La dificultad atañe únicamente al ámbito pedagógico. Suena bien, eso de la pedagogía, quizás un poco hueco, pero naturalmente positivo y apetecible. Cualquier referencia a la pedagogía parece que activa, en el oyente, marcos mentales siempre favorables. Algo fatuo pero, en definitiva, políticamente correcto: la pedagogía siempre es conveniente. Nunca está de más.

Suena bien, pero es intrínsecamente perverso. Es una actitud que oculta un prejuicio típicamente totalitario: con la pedagogía lo arreglaremos todo. Aquellos que se oponen a nuestras pretensiones neoestatutarias o, directamente, soberanistas, es porque son ignorantes. Si nos aplicamos en la pedagogía y conseguimos que superen su ignorancia, si los educamos bien, seguro que advertirán lo absurdo de su postura crítica. La disidencia no es más que analfabetismo, oscurantismo. Si los aleccionamos bien, seguro que pensarán como nosotros.

Eso es el pensamiento único nacionalista. Son incapaces de asumir la diferencia. El más mínimo vestigio de pensamiento crítico se etiqueta como déficit de pensamiento, como incapacidad para llegar a entender la Verdad absoluta.

En este sentido, Cataluña es un peculiar país de las maravillas donde el pensamiento pasa por ignorancia y la ignorancia por pensamiento, donde los modelos de pensamiento propio y de espíritu crítico que se ofrecen a las nuevas generaciones son jóvenes –pienso, por ejemplo, en Oleguer Pressas o en el omnipresente Joel Joan– que repiten al pie de la letra las consignas del pensamiento único oficial. Son una especie de rebeldes de salón absolutamente prescindibles cuyo mérito principal es amplificar la voz de su amo. Y, por el contrario, cualquier manifestación intelectual que se atreva a cuestionar alguno de los dogmas sagrados del nacionalismo es considerada como muestra de oscurantismo, de barbarie ignorante; la prueba de que algo ha fallado en la pedagogía.

Y he aquí la esencia de Ciudadanos a la que me refería al principio. Lo diré brevemente: libertad significa poder disentir del poder establecido sin tener que sufrir la condescendencia paternalista del que está convencido de que eres un bárbaro, del que piensa que aun tiene que "pedagogizarte" más. Por eso estoy en Ciudadanos, porque quiero seguir teniendo criterio propio, porque me ahogo sin libertad.

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