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EDITORIAL

Ecos de Madrid en Londonistán

Una parte pequeña pero activa de la sociedad acogida bajo el manto del multiculturalismo se ve como mortal enemiga de las sociedades libres y actúa en perfecta concordancia con esa vivencia. La dura experiencia ajena nos debería llevar a la reflexión.

Cuando todavía duraba el terror de pensar qué hubiera pasado si la Policía no hubiese interceptado el viernes los dos coches bomba, unos terroristas se lanzaron con un coche en llamas contra la puerta de entrada de la terminal uno del aeropuerto de Glasgow. Las primeras investigaciones de Scotland Yard apuntan a que lo que indicaba el sentido común tiene visos de ser cierto: los intentos de ataques terroristas están relacionados entre sí. Consuela pensar en que las fuerzas de seguridad han logrado evitar una matanza, pero la coincidencia de estos ataques terroristas hace pensar que lo peor puede llegar en cualquier momento.

A nadie escapa la coincidencia de los ataques contra nuestros vecinos británicos con el cambio de gobierno en ese país. Tony Blair ha cedido la primacía entre los ministros del Reino Unido a Gordon Brown, que ha cambiado su residencia en el número 11 de Downing Street, que le correspondía como ministro de Economía, por la del número 10. Es sabido que Brown ha apoyado la solidaridad mostrada por Blair con el esfuerzo aliado por derrocar a Saddam Husein del poder e instaurar en Irak una democracia que ya tiene Constitución y Gobierno elegido en las urnas.

Pero también resulta notable que, por más que haya elegido a David Miliband, un hombre de Blair, para la cartera de Exteriores, algunos de los nuevos ministros forman parte de la corriente no desdeñable del Partido Laborista que mantiene una postura crítica con el concurso de Gran Bretaña en el esfuerzo aliado en Irak. Esto podría haber sido interpretado por los terroristas como un signo de debilidad, o como una oportunidad para crear la división en el laborismo y forzar al Gobierno británico al apaciguamiento; es decir, a la rendición.

No cabe duda de que la cobarde, demagógica e injustificable actuación del Gobierno de Zapatero al retirar las tropas de Irak sin contar con nuestros aliados ni esperar a la última posición de Naciones Unidas dio un claro mensaje al terrorismo islamista: el terror funciona; matar les acerca a sus objetivos. Los ecos de Madrid vuelven a sonar, esta vez en Gran Bretaña. La falta de solidaridad del Ejecutivo de Zapatero con el mundo libre no sólo no nos sirve de protección a los españoles, sino que contribuye a hacer el mundo más inseguro.

Se han confundido con Gordon Brown, en ese sentido. Y con los británicos, que tienen más orgullo que el que demostraron los españoles. Pero no cabe negar que los gobernantes del Reino Unido tienen su parte de responsabilidad desde hace décadas. Han cedido terreno, en nombre de la corrección política y del apaciguamiento, ante la creación de redes islamistas en el país. Se ha llegado a hablar de Londonistán por la tupida red de organizaciones que vertebran los esfuerzos que, contra el mundo libre, llevan a cabo muchos residentes en Gran Bretaña. No reconocen como nación más que al islam y a su extensión, y a su imperio dedican los medios que les han ido cediendo en el país en el que viven.

Frente a la moral de integración en la propia comunidad, que fuerza al que quiere venir a elegir entre aceptar las normas básicas de convivencia y buena vecindad o renunciar a quedarse, se ha dado pábulo al multiculturalismo, que supone la creación de sociedades distintas en un mismo suelo. Una parte pequeña pero activa de la sociedad acogida bajo el manto del multiculturalismo se ve como mortal enemiga de las sociedades libres y actúa en perfecta concordancia con esa vivencia. La dura experiencia ajena nos debería llevar a la reflexión.

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