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Carlos Semprún Maura

El fin de Le Monde

Todas las operaciones financieras, las alianzas estratégicas y los cambios de dirección no servirán de nada si no logran vender muchos más ejemplares. Y eso es un problema de redacción, no financiero.

Ante todo quiero subrayar la importancia de los atentados fallidos de los últimos días en Londres y Glasgow. Fracasaron en parte por azar, pero también gracias al ojo avizor de un conductor de ambulancia y al valor de un oficial de policía, quien, arriesgando su vida, entró en uno de los coches para desactivar la bomba. Si el Reino Unido cuenta con muchos policías como éste, seguro que ganará la guerra contra el terrorismo islámico. No es la primera vez que en Europa se evitan atentados gracias a la vigilancia de los servicios de seguridad, pero estos hubieran podido ser particularmente sangrientos.

Quiero dejar claro también mi profundo desprecio por los medios franceses, y su tono despectivo e irónico. No sólo mienten, salvo Le Figaro, hablando del pánico de los británicos, sino que, discípulos de esa cucaracha que es Gema Martín Muñoz, declaran que los británicos se lo tienen bien merecido por su participación en las guerras de Irak y Afganistán y los malos tratos que ejercen contra la infeliz comunidad musulmana de Reino Unido. Es otra mentira más, pero están y estamos acostumbrados a que la prensa gala mienta. En todo caso estos hechos, que hubieran podido ser trágicos, demuestran una vez más lo que no nos cansamos de repetir: el islam radical nos ha declarado la guerra, una guerra sucia, que no cesa, ni cesará.

En cuanto a Le Monde, precisaré que la crisis del vespertino se agrava y no se ve solución, por un motivo tan sencillo y evidente como ocultado: pierde continuamente lectores. Todas las operaciones financieras, las alianzas estratégicas y los cambios de dirección no servirán de nada si no logran vender muchos más ejemplares. Y eso es un problema de redacción, no financiero.
 
Cuando Jean-Marie Colombani se hizo con la presidencia de Le Monde, que ya perdía lectores, eligió la fuite en avant, el ataque como defensa, convirtiendo el periódico en grupo de prensa, y comprando Telerama, las publicaciones de "La vida católica", el Midi-Libre, etc. Para ello, claro, tuvo que vender acciones a Lagardère (fabricante de tanques y misiles Exocet), a bancos, a El País, al Nouvel-Observateur (única publicación de izquierdas que gana dinero), etc. Nombró director de la redacción a Edwy Plenel, trotskista "moderado", que convirtió Le Monde en un diario sectario y demagógico. Le echaron, pero de nada sirvió. De sectario se convirtió en confuso y aburrido.
 
Ahora son los periodistas quienes le echan a Jean-Marie Colombani, con lo que la crisis se agrava. Está previsto que le sustituyan personas muy conocidas en su casa a la hora de comer: Pierre Jeanet, que era el administrador, un tal Bruno Patino y, como director de la redacción que ya es, Eric Fottorino, que tan malos resultados ha dado. Pero lo más sintomático es que también le han tumbado a Alain Minc, presidente del Consejo de Vigilancia. La razón es haber apoyado la candidatura de Nicolas Sarkozy porque eso, según dicen sin que se les caiga la cara de vergüenza, es contrario a la objetividad y ausencia de espíritu partidista del diario. Sin embargo, todo el mundo sabe que Le Monde es desde hace decenios el portavoz de la izquierda y particularmente del Partido Socialista. Padece de un espíritu tan partidista y sectario, tan anti Sarkozy como antiamericano y antiisraelí (aunque exalte en cambio a Hamás), que no hace más que perder lectores.

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