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Juan Carlos Girauta

El relato como verdad

La opinión pública de izquierdas ha permanecido congelada ante los hechos a interpretar, a la espera del salvavidas de su, digamos, intelectualidad. Entonces, y sólo entonces, ha reaccionado.

Cree saber El País que Rajoy defraudó, en el debate sobre el estado de la Nación, a los dirigentes del PP; que se avergonzaron sus diputados cuando el líder aludió a los hilillos de plastilina del Prestige; que dieron todos por ganador indiscutible al presidente del gobierno; que en el Partido Socialista se ha desatado la euforia.

Pocas veces como esta se ha manifestado tan obscenamente la pérdida de valor de la verdad para la izquierda y su sustitución por relatos convenientes (Rajoy habría perdido definitivamente su liderazgo interno al empezar la cuenta atrás electoral; qué coincidencia). El relativismo ha tenido efectos tan devastadores que a nadie escandaliza ya el modo en que la respuesta pública ante cualquier hecho de la realidad se congela a la espera de interpretaciones aceptables de los constructores de relatos.

Lo anterior no supone ignorar la importancia que siempre han tenido las interpretaciones autorizadas para el gran público, aún antes de que el relativismo, con su negación de la realidad, saltara de las cátedras a la calle. Pero una cosa es que los analistas reforcemos las percepciones y otra es que las erijamos ex novo, que las creemos. Lo peor es la conciencia de estar perpetrando tal fechoría cognitiva.

Nadie, hasta que El País ha fabricado con palabras su realidad alternativa, vio cosas tales como un triunfo zapaterino que invitara a los suyos a la euforia, o como un desastre rajoyesco capaz de hundir la moral de dirigentes más marianistas que don Mariano. La opinión pública de izquierdas ha permanecido congelada ante los hechos a interpretar, a la espera del salvavidas de su, digamos, intelectualidad. Entonces, y sólo entonces, ha reaccionado.

Añádase la falta de energía de quienes en principio no están sometidos a la hibernación de sus sentidos y de su inteligencia, la pusilanimidad con que responden al asesinato de la verdad, y tendremos el cuadro completo.

Sospecho que lo que sigue servirá de poco, toda vez que esa media España que conforma la no-izquierda se muestra incomprensiblemente dispuesta a tragarse relatos ajenos y a modificar sus percepciones con figuraciones de sus declarados enemigos, pero ahí va:

Rajoy demostró ser el último gran parlamentario de la historia de España. Lo que denunció es exactamente lo que debía denunciar, y lo hizo administrando el tiempo con eficacia. Las principales amenazas reales a la democracia y a la Nación son la negociación con ETA y la imposición de una cierta memoria histórica. Y esas fueron justamente sus prioridades.

En España

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