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Luis Hernández Arroyo

La burbuja no pincha, se deshincha

Dado que hasta ahora el precio de la vivienda simplemente ha moderado su crecimiento, es de esperar, razonablemente, que siga en esa línea de moderación, pero que no deje de subir como corresponde a un bien escaso

La famosa burbuja inmobiliaria, la que nos amenaza desde hace más de un año con explotar y llevarse por delante a toda la economía, se va deshinchando gradualmente. Estrictamente hablando, muy gradualmente, puesto que los precios de la vivienda no caen, sino que siguen aumentando; a un ritmo más pausado, pero a una velocidad considerable, como del 7,5% en 12 meses. En otras palabras, los propietarios, esos que iban a verse forzados a vender su único patrimonio para pagar la hipoteca, han aumentado el valor su riqueza en esa tasa, mientras que el coste financiero ha subido alrededor de un 2-3%. ¡Ya me gustaría a mí hacer negocios así todos los días!

En realidad eso es lo que han hecho millones de españoles que se han endeudado para comprar el activo de su vida, su casa: un negocio. Con gran sacrifico, dicen. Pues puede que sacrifiquen algo de su consumo. Pero resulta que el consumo va como un tiro. Aún así, leo que los españoles ahorran un 10% de su renta disponible (después de pagar impuestos), lo cual se considera "poco". Sepan que los norteamericanos ahorran, desde hace años, el 0% de su renta, y en cuanto pillan un dólar se lo gastan. Tienen, además, una deuda sobre su renta del 120%, muy superior a la de nuestras familias.

Con estos datos tan perversos, se han ajustado perfectamente a la caída del mercado inmobiliario –porque allí sí que han caído los precios– y tras unos meses de asimilación, vuelven por donde solían: a crecer a una velocidad de crucero del 3%.

Naturalmente, todo esto no lo digo para comparar la economía española con la de Estados Unidos: simplemente señalo que su economía digirió bastante bien una verdadera caída del valor de la riqueza, pues los mecanismos de compensación funcionaron.

En España, si la subida de tipos del BCE está ya cerca del final, y dado que hasta ahora el precio de la vivienda simplemente ha moderado su crecimiento, es de esperar, razonablemente, que siga en esa línea de moderación, pero que no deje de subir como corresponde a un bien escaso –artificialmente escaso por las torpes patitas de los 18 poderes que nos tutelan– y que siempre será muy demandado, pues toda pareja, de hecho o de derecho, quiere su casa propia. Ese deseo es un gran incentivo al ahorro y al trabajo, que ahora no falta porque en España ha surgido una nueva oferta de trabajo cualificado, flexible y adaptativo; eso sí, de espaldas a los múltiples gobiernos y pese a que estos están haciendo todo lo posible para fragmentarla (vía estatutos perversos, cuando no pueriles, con efectos colaterales perversos, y vía una política energética que se empeña en ponernos a la cabeza del mundo en máximos costes de uso energético a cargo de un ecologismo pueril, demagogo y sin un pase).

Por lo tanto, de nuevo debemos concluir como siempre: no habrá explosión de burbuja inmobiliaria y la economía se ajustará suavemente a los nuevos tipos de interés; Por ese lado, es decir, por el lado del ciclo económico, no hay problemas. Pero, desgraciadamente, por el lado serio –el estructural, el de fondo: el de los precios reales–, el mercado único español de bienes y servicios está a punto de romperse por la frivolidad de un Gobierno que juega a la ruleta rusa con la lógica y con la historia de España, y que con la demagogia del ecologismo nos hace pagar un coste de energía que debe cubrir los juguetitos de la Narbona, esos molinillos que cubren ya más oferta que la hidroeléctrica, pero a un coste out of market prohibitivo que nos hace escasamente competitivos y nos alejará cada vez más de la oferta mundial de bienes. Y es que difícilmente puede encontrarse unos gobiernos (los dieciocho) más demagogos e incompetentes.

En Libre Mercado

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