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Porfirio Cristaldo Ayala

Los alquimistas de la economía

Los estatistas confían más en un grupo de burócratas que en la decisión independiente de millones de personas que planifican por sí mismas, según sus gustos, condiciones y necesidades.

Desde hace unos 3.000 años, los alquimistas sueñan con encontrar la forma de convertir otros metales en oro. Una inspiración parecida tienen los alquimistas latinoamericanos de izquierda y derecha, quienes desde hace un siglo vienen proclamando que la pobreza puede eliminarse mediante la redistribución de tierras, aumento de impuestos, préstamos del exterior, obras públicas y subsidios directos a los pobres. Los neosocialistas han exacerbado esos errores. No buscan aumentar la producción, sino eliminar la pobreza por arte de magia.

La fe socialista, sin embargo, no puede reemplazar a la razón, como ya aprendieron los alquimistas del oro. En economía, el concepto de la escasez se refiere a una característica de la naturaleza humana. Para los pueblos, no importa cuan desarrollados y ricos sean, siempre existirá escasez porque las necesidades y deseos humanos son ilimitados –la gente siempre quiere más–, mientras que los medios disponibles son limitados. Si no imperara la escasez, no existiría el mercado ni los precios ni la ciencia económica.

La escasez es una realidad de la vida: los recursos son escasos, el capital es escaso y el conocimiento es escaso. ¿Cómo eliminar entonces las múltiples necesidades insatisfechas? No se puede: las necesidades del ser humano sólo pueden aliviarse, especialmente las básicas como alimentos, salud, educación, vestimenta y vivienda. La carencia de bienes y servicios –a la que llamamos pobreza– solo puede mitigarse en una sociedad mediante la creación de riqueza, lo que a su vez requiere de un sostenido aumento del ahorro y la inversión. Cuanto mayor es el ahorro y la inversión, mayor será la riqueza y menores las necesidades insatisfechas.

Desde hace 240 años las naciones capitalistas vienen combatiendo con éxito la escasez, aplicando políticas que crean un marco legal de libertad económica. Y la libertad más importante es que las personas tengan sólidos derechos de propiedad, bien definidos y fuertemente protegidos por el gobierno, ya sea sobre sus tierras, su trabajo, sus inversiones y posesiones. Sólo derechos de propiedad asegurados crean los incentivos necesarios para impulsar el ahorro y atraer la inversión, al premiar al productor y empresario con el fruto de su trabajo e iniciativa. Sin libertad económica, no puede haber seguridad ni inversión.

La historia y la ciencia económica nos han ilustrado que el aumento sostenido de la inversión y la producción es la única salida real para la pobreza y el atraso de los pueblos, así como las libertades económicas que promueven la inversión son las únicas que consiguen asignar con eficiencia social los escasos recursos disponibles en los países para la satisfacción de las necesidades de la gente. Estas libertades permiten que la gente establezca precios libres en el mercado y que los empresarios utilicen las indicaciones y señales que transmiten los precios para invertir y suministrar a los consumidores productos más baratos y de mejor calidad, en un proceso permanente de experimentación, prueba y error.

En cambio, el socialismo, al igual que el nazismo y el fascismo, jamás pudo combatir la escasez, debido a que en su afán de planificar la economía y redistribuir la riqueza se traba el proceso del mercado, se restringe la libertad y se socavan los derechos de propiedad. La consecuente inseguridad y distorsión de las señales dadas por los precios paraliza tanto la inversión como el proceso de experimentación y descubrimiento empresarial. Los estatistas desprecian el mercado porque creen que con la planificación central en manos de una élite burocrática pueden saber de antemano la mejor asignación de recursos y evitar los "fallos de mercado". Confían más en un grupo de burócratas que en la decisión independiente de millones de personas que planifican por sí mismas, según sus gustos, condiciones y necesidades.

¿Por qué los alquimistas latinoamericanos siguen defendiendo una teoría de la escasez tan opuesta a la ciencia y a la evidencia histórica? La razón podría estar en lo que Hayek llamaba "la fatal arrogancia". O, quizás, porque el socialismo ha pasado a ser una cuestión de fe que nada tiene que ver con la ciencia económica.

En Libre Mercado

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