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Pakistán en la encrucijada

El peligro islamista, con imposición de sus manos sobre armas nucleares, le ha servido al general para contrarrestar la presión americana, que llegó a la nada gentil amenaza de devolver Pakistán a la prehistoria, por boca del número dos de Powell

Musharraf y su Pakistán parecen hallarse en una encrucijada decisiva, a no ser que se trate, más bien, de un punto de ruptura dramático. El presidente militar ha resultado un equilibrista político de primera, que ha conseguido vivir y sobrevivir ocho años, desde su golpe en octubre del 99, al borde del infarto personal y colectivo. Se dice que su salud física, y hasta psíquica, está ya tocada por tantas piruetas al borde del abismo. Lo está, indudablemente, la política. Como en Turquía, nada se ha movido nunca en el país sin el ejército. De hecho, en Pakistán ha sobrepasado las funciones de árbitro y corrector de los desvíos de insatisfactorios experimentos democráticos, suplantando por largos períodos a los jugadores. Su actual largo mandato, usurpado o sancionado electoralmente, ha probado un poco de todo el menú político nacional.

La situación en la que se ha metido el país a lo largo del mes de julio no le permite seguir frenando a unos con el espantajo de la amenaza de los otros. Tendrá que elegir, porque todos lo han puesto contra la pared, desde dentro y desde fuera. La destitución de un molesto presidente del Tribunal Supremo ha sido la gota que ha desbordado la paciencia de los elementos seculares y demócratas, que no son despreciables. La rebelión y asalto a la Mezquita Roja pone fin al arriesgado toma y daca con los islamistas. Por si fuera poco, los norteamericanos han metido también su cuchara. Quieren que se moje mucho más contra Al Qaeda y los talibanes, en plena regeneración en la hosca frontera del noroeste. La cosa ha llegado tan lejos como para que Washington haga público que no descarta una intervención para zanjar el problema por su cuenta.

Ese descaro estadounidense está lleno de significados. Ni siquiera con los iraníes han tenido un arranque tan explícito. Indica, por un lado, la preocupación por el relanzamiento de Al Qaeda, proclamado muy oficialmente en la Evaluación de Inteligencia Nacional titulada La amenaza terrorista al territorio americano, hecha pública el pasado 17. Habría que pensar que en este caso se habla de la organización de Bin Laden y del movimiento talibán como algo relativamente indistinto.

Por un lado preocupa que Al Qaeda recupere capacidades operacionales perdidas por el implacable acoso sufrido tras el 11-S. Por otro lado, los talibanes campan por sus respetos del lado paquistaní de la frontera. En septiembre del 2006 el Gobierno firmó un acuerdo con las tribus de la zona, confiándoles el mantenimiento del orden. Las peores expectativas se han cumplido. Ancho es el Waziristán, deben haber pensado los yihadistas de toda laya.

Bush y Musharraf han jugado el uno con el otro al ratón y al gato. Sin la buena voluntad de Karachi toda la operación de Afganistán, desde su mismo principio, hubiera sido imposible. Imperativos de la geografía. El peligro islamista, con imposición de sus ensangrentadas manos sobre armas nucleares, le ha servido al general para contrarrestar la presión americana, que llegó a la nada gentil amenaza de devolver Pakistán a la prehistoria, por boca del número dos de Colin Powell, entonces secretario de Estado. La partida ha sido, por todos los lados, a vida o muerte. Musharraf ha sobrevivido a varios atentados. Pero ahora que parece haber llegado a su fin, Washington juega su última carta, que es también la primera. La amenaza no se va a cumplir. Sólo trata de estimular voluntades. Si la inteligencia americana conociera el paradero de la cúpula terrorista ya lo hubiera hecho saltar por el aire sin mayores contemplaciones. Una gran operación de rastreo sobre miles de kilómetros cuadrados de imposible orografía, contra la hostilidad de la aguerrida población local y quizás del ejército mismo, con el país aullando de indignación y el mundo en un alarido de protesta, no es muy creíble. Pero algo más que si no se dice.

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