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Antonio Robles

Vinos de Arribes del Duero

La incentivación del descepe sin alternativas para mejorar la producción sino para eliminar el cultivo de la vid supuso la crónica de una muerte anunciada para estos valles abandonados de la mano de Dios y de la administración.

Desde Herodoto, allá por el siglo V a. C. tenemos conciencia de que los acontecimientos se sitúan en el tiempo, en la historia; desde el siglo XIX, además, conservamos cualquier vestigio del pasado con determinación casi religiosa. Es la vida transformada en memoria, el recuerdo del esfuerzo y la belleza de la humanidad. Puede que esas referencias del pasado sean una manera mítica de reafirmarnos en la vida.

El pasado 27 de julio de 2007, la Junta de Castilla y León ha rescatado del abandono y el olvido la memoria moribunda de un paisaje construido por el esfuerzo acumulado de ciento de generaciones desesperadas por vivir.

Es un lugar remoto, perdido, el fin de un trayecto limitado por hendiduras y fallas inmensas. Generaciones enteras sobrevivieron en el pasado abandonadas a su suerte en ese paisaje agreste y colosal. Sobre un espinazo de peñas, encinchado por el río Duero y el Tormes flota un microclima mediterráneo en mitad del rigor continental del extremo oeste de la meseta castellana. Olivares y viñedos, almendros, frutales y huertos. El único ausente es el mar, pero tras los últimos encinares, allá donde los horizontes se funden de nuevo a la llanura castellana las olas son de espigas doradas y las gaviotas, cigüeñas. Pero eso es el mundo y había quedado dicho que los arribes del Duero eran lugar remoto y perdido, hecho de valles encajonados y laderas empinadas en mitad de abismos tallados por la acción violenta del curso del río durante millones de años.

Es en esos arribanzos imposibles de clima mediterráneo, donde generaciones austeras se agarraron a la tierra en bancales y paredones. Millones de piedras y pizarras se colocaron durante siglos como escalones para sostener un puñado de tierra donde clavar un olivo o varias cepas. Del río a la penillanura, las laderas de viñedos y olivares se unían por caminos tortuosos al fluir de casas y calles igualmente tortuosas en lo alto de los peñascos.

Siglos de esfuerzos, paisajes griegos, vida y arte han ido desapareciendo en estas dos últimas décadas por la acción ciega de las disposiciones europeas diseñadas para reducir el cultivo de la vid. Una población envejecida y sin relevo generacional, engañada por la administración autonómica y abandonada por alcaldes avergonzados de su origen campesino explican el expolio del paisaje de los arribes. Cientos de campesinos arrancaron sus viñedos por cuatro perras con el pacto de no poder volver a plantarlos. Otros cientos perdieron sus derechos, simplemente por no renovar desde la ignorancia de la emigración las últimas pólizas de Larra.

La incentivación del descepe sin alternativas para mejorar la producción sino para eliminar el cultivo de la vid supuso la crónica de una muerte anunciada para estos valles abandonados de la mano de Dios y de la administración. Mientras, los derechos perdidos por campesinos ausentes o vendidos a precios de saldo extendían y aumentaban viñedos de grandes bodegas en La Rivera del Duero, la Rioja o el Priorato. Así, un paisaje milenario de viñedos dejaba paso a cigarrales y escobas, pasto de fuegos y desolación.

Cuando en 2002 se declaró a la zona Parque Natural de los Arribes del Duero todo parecía definitivamente dispuesto para que la naturaleza recuperara el estado primitivo de hace miles de años. Aperos de labranza en desuso, asnos y mulas casi desaparecidos y una población campesina envejecida presagiaban la llegada de un ecologismo de salón para turistas de ciudad.

Pero mientras hay vida hay esperanza y, de pronto, después de años de luchas y reveses, la Ley otorgaba a finales del mes de julio pasado la denominación de origen de Arribes para los vinos de los Arribes de Duero. Aún, todavía, quedan 4.800 hectáreas de viñedo y 634 viticultores con una producción de 1.500.000 litros de vino, además de una docena de bodegas, de las que destacan la Bodega Cooperativa Virgen de la Bandera y Hacienda Durius, radicadas en el corazón de los Arribes, Fermoselle; Bodega Cooperativa de San Bartolomé de Aldeadávila de la Rivera, así como otras en Pereña de la Rivera o Villarino de los Aires.

Mal que les pese a algunas ministras, el vino forma parte de nuestras vidas.

La denominación de origen Arribes ha sido un soplo de vida, pero la lucha de la zona. aún no ha terminado, porque el nombre completo solicitado es Arribes de Duero, no sólo el sustantivo Arribes. Las malas lenguas aseguran que son los intereses de los grandes bodegueros de Rivera de Duero bien asentados en la Junta de Castilla y León, los que han conseguido que, hasta la fecha, un río de todos sea sólo de ellos.

No parece razonable que a una zona que se denomina Parque Natural de Arribes de Duero se le impida utilizar el nombre de su río para nombrar a los vinos que maduran en sus laderas. El Duero es largo e internacional, surca paisajes distintos y diversos. Bien está que sirva para adjetivar a los posiblemente mejores caldos de España, los de Rivera de Duero, mal parece que secuestren su nombre para impedir que otros productos reflejados en sus aguas puedan reconocerse en él.

¡Pon dos vinos, Aníbal! La vida sigue.

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