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José García Domínguez

No torni vosté demà

varias maletas de su señora se habían dado a la fuga corriendo por la cinta transportadora del aeropuerto de El Prat; la señora propiamente dicha permanecía enclaustrada dentro de un vagón de cercanías, en la estación de Sants

Cierto extranjero de Madrit se presentó ayer en mi casa, provisto de competentes cartas de recomendación para mi persona. Asuntos intrincados de reclamaciones futuras contra la Generalidad eran los motivos que a nuestra pequeña nación le conducían. Así, según se apresuró a confesarme, encontrábase aún en paradero desconocido un enorme edificio de viviendas que en mala hora dejara plantado en El Carmelo; el cadáver momificado de su suegra acababa de ser avistado por un helicóptero de los Mossos d’Esquadra en el atasco de la autopista AP-7, a la altura de El Vendrell; varias maletas de su señora se habían dado a la fuga corriendo por la cinta transportadora del aeropuerto de El Prat; la señora propiamente dicha permanecía enclaustrada dentro de un vagón de cercanías, en la estación de Sants; y el negocio de alimentos congelados que antaño montara en Mercabarna se había licuado a causa del Gran Apagón.

Parecióme el extranjero digno de alguna consideración, trabé presto amistad con él, y lleno de lástima traté de persuadirle a que se volviese a su casa cuanto antes, siempre que, tal como aseguraba, trajese otro fin que no fuese el de pasearse. Admiróle la proposición, y fue preciso explicarme más claro.

– Sepa, buen hombre, que no está en su país activo y trabajador – le advertí.

– ¿Se burla de mí?– acertó a responderme, el muy cándido.

– Su Excelencia ni está ni se le espera - nos aclararía sólo media hora después el compañero Iceta, cuando lo acerqué a su despacho con ánimo de suplicar audiencia con el Muy Honorable.

– ¿Y eso?– se aventuró a inquirir mi escéptico amigo.

– El president se ha ido pal pueblo, que hoy no es su día – le espetó el otro antes de darnos con la puerta en las narices.

– Recurramos, pues, al consejero de la Consejería de la Vicepresidencia - me urgió entonces el meteco.

– Imposible, señor mío. Carod-Rovira está gozando de un merecido asueto en algún paraje ignoto de los Países Catalanes – di en informarle.

– Vuelvan ustedes mañana – nos ordenaría más tarde el compañero conserje de la Consejería de Gobernación -. El Honorable Puigcercós no ha venido hoy por aquí.

- Grande causa le habrá detenido- repliquele.

– Grande y urgente, vive Dios. Sepa usted que el consejero se ha visto obligado a ausentarse de Barcelona para, entre otros graves menesteres comarcales, presidir la II Fiesta de la Serpiente, que estos días se celebra en la muy noble villa de Manlleu– sentenció el ujier.

– Hablemos entonces con Nadal – me susurró al punto mi acompañante.

– ¿Acaso, caballero, no lee usted El Periódico – terció el entorchado, que, según se ve, era de oído fino –. Ese gran prócer está llamado a honrar con su presencia el concierto de la Orquesta Filarmónica de Artur Rubinstein, que tendrá lugar, hoy, en Sant Quirze de Coleta, milenario asentamiento humano sito en el corazón de la provincia de Gerona.

– ¿Y el resto de los honorables consejeros, los de Acción Social y Ciudadanía, Agricultura, Cultura, Educación, Innovación, Interior, Justicia, Medio Ambiente, y Sanidad? – gimió el extraño.

– ¡Todos de campo y playa! – hube de gritarle.

– ¡Y ninguno volverá mañana! – apostilló, triunfal, el cancerbero.­

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