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José María Marco

Karl Rove en Génova

Tampoco vendría mal una dosis de populismo: una apelación como la que hizo Bush, aconsejado por Rove, pero esta vez dirigida al pueblo español para detener los desmanes de la corte de Rodríguez Zapatero y las oligarquías nacionalistas.

La salida de Karl Rove de la Casa Blanca no es una buena noticia para Bush, que se queda un poco más solo en su residencia presidencial, en una ciudad que nunca le aceptó y en el período más deprimido de su turbulento mandato. Pero Bush, en realidad, poco necesita ya de Rove.

Sí lo necesitan, en cambio, los candidatos republicanos. Ninguno querrá saber nada del estratega que llevó a Bush dos veces a la presidencia, la segunda con el record histórico de ganar también la mayoría en las dos cámaras del Congreso. Pero ningún republicano haría ascos a que Rove pusiera en marcha una de sus legendarias campañas negativas contra los demócratas, es decir, contra Hillary Clinton.

Los demócratas, y más en particular los progresistas como Hillary, tienen por costumbre poner el grito en el cielo ante lo que llaman "incalificables" campañas de Rove. Ya se sabe: la virginidad de los progresistas tiene en su propia buena conciencia la mejor de las celestinas remendadoras. La verdad es que a la hora de poner en marcha la máquina de picar carne, nadie los ha superado todavía. Rove, comparado con lo que los progresistas le hicieron a algunos republicanos, es una broma.

Pero como hay que reconocer que algo sabía de esto, también hay que decir que a nuestro centro derecha no le vendría mal una buena dosis de "rovismo". Agresividad, en primer lugar, y una actitud que permita comprender al electorado que la gente del PP está dispuesta a jugarse el pellejo en la batalla política. Tampoco vendría mal una dosis de populismo: una apelación como la que hizo Bush, aconsejado por Rove, pero esta vez dirigida al pueblo español para detener los desmanes de la corte de Rodríguez Zapatero y las oligarquías nacionalistas.

Rove fue el arquitecto de otra cosa que aquí nos vendría muy bien: una gran alianza que movilizara los intereses de todos los que están interesados en la seguridad, la moral pública, la continuidad del proyecto nacional, la prosperidad económica y la libertad. No parece difícil resumir en unos cuantos puntos una propuesta como esa. Lo es más, porque exige más trabajo, movilizar a los posibles votantes; pero para eso está un gran partido como es el popular.

La idea de Rove, por otra parte, era la de de que el electorado se mueve cuando se le presentan proyectos importantes, serios, de alcance. No estatutitos –anticonstitucionales, además–, ni micropolíticas locales, sino un gran proyecto sugestivo de vida en común.

Además Rove, que con toda su fama de hombre implacable, es simpático, llano y divertido, no dudó jamás en recomendar a su jefe una estrategia bipartidista, lo que aquí llamamos de consenso en algunos grandes asuntos, ya fuera la reforma de la educación o la de las pensiones. En un momento tan dramático de la vida española como el que estamos viviendo es posible que quien sepa aclarar que quiere renovar los grandes consensos de la Transición, adaptados a las nuevas circunstancias, logre hacerse con el electorado.

En resumen: si en Génova no tienen uno, que contraten a Rove o que lo copien.

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