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Michael Gerson

Fechas concretas para Darfur

Otro fracaso de la ONU que vale la pena tener presente y evitar: Ruanda en 1994. Mientras esperaba a las circunstancias perfectas para intervenir, el mundo no hizo nada y ahora vive perseguido por un millón de fantasmas.

Después de cuatro años de brutales incursiones, limpieza étnica y violación sistemática en Darfur –y casi tres años después de que la Administración Bush lo declarara genocidio– el Consejo de Seguridad de la ONU ha aprobado por fin una fuerza de pacificación creíble. Para los 2 millones de desplazados en los campos, esto es un rayo de esperanza en el horizonte. Para los 200.000 muertos llega demasiado tarde.

La parte más preocupante de las últimas negociaciones de la ONU es la continua presión ejercida por el régimen de Jartum, que posee un largo historial de asesinatos masivos. En las elegantes costumbres de Naciones Unidas, tener sangre en las manos no te descalifica a la hora de sentarte en una mesa diplomática. Con la esperada ayuda de China y el decepcionante apoyo de Francia y Gran Bretaña, el enviado sudanés debilitó el mandato de la fuerza de pacificación –no se va a incautar ningún arma a las milicias– y eliminó la amenaza de sanciones si Jartum no coopera. El régimen argumentó que "su soberanía" sobre el pueblo de Darfur debía ser respetada, una autoridad similar a la que ejercen los leones sobre las manadas que cazan.

Pero incluso esta resolución diluida es útil. Autoriza lo que será la mayor operación de pacificación del mundo: hasta 25.000 soldados y policías bajo control conjunto de la ONU y la Unión Africana. Pone fechas específicas para la transición a esa fuerza. Y asigna la protección tanto de los empleados de ayuda como de los civiles.

La aceptación a regañadientes de los pacificadores de la ONU por parte de Jartum es producto de la presión global. Con todas sus confusiones tácticas, la Francia de Sarkozy es más dura con el régimen de lo que lo fue la Francia de Chirac. China ya no puede ser más burda en su apoyo a Jartum o se arriesgaría al boicot de sus Olimpiadas el año que viene. Y la nueva ronda de sanciones norteamericanas a Sudán, presionando a los bancos internacionales para dejar de aceptar los miles de millones en dinero del petróleo de Jartum, ha comenzado a pesar al Gobierno sudanés.

¿Es real este ímpetu? Existen dos puntos de referencia que nos ayudarán a responder a esta pregunta, en un sentido u otro. En octubre, Naciones Unidas tiene que tener su sede de Darfur operativa –su mando y su estructura de control– y asumir la financiación de las tropas africanas que ya estén sobre el terreno. Hacia diciembre como muy tarde, la ONU necesitará tener movilizado lo que se denomina "el paquete de ayuda pesada": hospitales, helicópteros de ataque, 2000 tropas africanas nuevas y 3000 policías. También necesitará saber qué países contribuirán con el resto de las tropas a la fuerza de pacificación. Si Naciones Unidas ha cumplido con estas metas realistas por nochevieja, será un buen comienzo, una señal de seriedad.

Pero las señales que salen de Jartum son confusas. Naciones Unidas ha informado a funcionarios norteamericanos de que ya se está encontrando resistencia por parte del régimen en temas logísticos. Si los sudaneses continúan con estos juegos, como han hecho antes, habrá necesidad de imponer penalizaciones.

Estados Unidos tiene responsabilidades inmediatas también: proporcionar apoyo aéreo a través de la OTAN, formación del personal de mando, equipo de comunicaciones y computación y generadores. América está obligada a pagar el 27% de los costes de la fuerza de pacificación, lo cual probablemente exigirá una ley de financiación adicional al Congreso en el 2008.

Pero la implementación de esta resolución es, por encima de todo, una prueba de fuego para Naciones Unidas. Al tratar con Darfur, los funcionarios de la ONU están decididos a aprender de sus errores históricos. El problema es elegir de qué errores aprender.

Los planificadores militares quieren evitar la debacle de Somalia, que comenzó en 1992 cuando los pacificadores entraron poco a poco en una situación caótica y eventualmente se marcharon fracasados y derrotados. De modo que en Darfur quieren que la intervención de la ONU sea enorme y decisiva –un "big bang"– incluso aunque eso signifique que el calendario se retrasa. Durante un genocidio, no obstante, la paciencia y los retrasos conllevan muertos.

Otro fracaso de la ONU que vale la pena tener presente y evitar: Ruanda en 1994. Mientras esperaba a las circunstancias perfectas para intervenir, el mundo no hizo nada y ahora vive perseguido por un millón de fantasmas.

Ninguna analogía histórica es exacta. Pero el genocidio de Darfur se parece más a Ruanda que a Somalia. Exige el establecimiento urgente de la seguridad antes que nada.

Para todos los norteamericanos que han trabajado y rezado por Sudán a lo largo de los años, para todas las sinagogas e iglesias con pancartas que nos piden concienciación, el momento de ejercer presión ha llegado. Hay muchos pasos complejos de negociación y reconciliación entre el Gobierno y los rebeldes. Pero deberíamos empezar por un paso: 5.000 policías y soldados nuevos Darfur antes de que acabe el año.

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